Bloggear o no bloggear...

...he aquí la cuestión. Me propongo desde este espacio publicar cada tanto algunos comentarios, artículos, opiniones sobre la realidad del latino en Estados Unidos, pero sin olvidarme que ante todo soy latinoamericano y lo que sucede en el continente afecta a todos los que estamos aquí. La frecuencia de publicación será bastante irregular, pero será de alguna manera activa y persistente. También haré una recopilación de artículos pasados y que ya fueron publicados en otros lugares pero que no dejan de ser actuales. Ojalá me ayuden con sus comentarios. Aquí vamos pues...

domingo, 18 de diciembre de 2011

El día que la pluma dirigió un país

Déjenme que les hable de Vaclav Havel. Él fue un escritor checo, un intelectual. Alguien que pensaba en el ser humano, y en cómo éste complicado ser, podía convivir con otro ser. Un activista de los derechos humanos, un apasionado por la no violencia. Estuvo en la cárcel muchas veces por resisitir pacificamente al comunismo de su país, la última vez por 5 años. Participó en la Primavera de Praga en 1968, encabezó la Revolución del terciopelo, una revolucion pacífica donde se ponían flores en los fusiles, como en el 68, como en París, que derrocó finalmente el gobierno dictatorial de su país. 
Llegó a ser presidente, vio como su nación se partía en dos, pero dejó ir a los que se querían ir. Él era un hombre venerado por su arte, por su pasión por la vida, por los castigos que recibió por creer en sus ideas. Por ser humano.
Cuando veo que nuestros gobiernos tienen en el poder gente sin alma, sin escrúpulos, que no les importa el bien común sino el de ellos mismos, pienso en gente como Ghandi, como Mandela, como Vaclav Havel.
Ayer se nos fue Vaclav Havel producto de las secuelas de sus encarcelamientos. Se fue un escritor, se fue un hombre. Se fue alguien que creía que el cambio del hombre empezaba por el cambio propio y con el ejemplo. Ojalá hubiera más como él. Ojalá más intelectuales fueran presidentes y no abogados, o militares, o políticos.
Ojalá hubiera más gente como Vaclav Havel. Este es mi humilde recuerdo a un hombre de bien.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Crónica de fútbol y de sueños rotos

El primero en llegar al restaurante fue Fabián. Al subir los pocos escalones hasta la tarima donde se encontraba la mesa no pudo evitar cojear un poco, probablemente esa vieja lesión en los gemelos le hace doler cada vez que tiene que hacer un esfuerzo poco común. Fabián ya no se acuerda desde hace cuando le duele la rodila derecha, si hace diez o nueve años, pero al menos una o dos veces la año lo separa del plantel del equipo por un par de meses hasta que se recupera. Ya se siente un poco cansado de la lesión, y cada año que esto sucede piensa en el retiro. Fabián es argentino, nació en la provincia Santa Fe hace ya 34 años y sabe que no le quedan muchos años para jugar al fútbol.
Jorge llega casi enseguida, inconfundible con su termo de agua caliente en una mano y el mate en la otra, como buen uruguayo de raza. Jorge es oriundo de Rocha, y jugó en las inferiores de Peñarol antes de venir a jugar al fútbol a Centroamérica. Cuando habla tiene un tono de nostalgia, muestra en sus ojos que cuando llegó a Guatemala, soñaba con algo distinto a su presente con más bajos que altos.
Y por último apareció Dinho, un joven brasileño de 23 años que hace sólo tres que está jugando al fútbol en Guatemala. Su sonrisa delata juventud y los otros dos jugadores de fútbol bromean sobre su nuevo corte de pelo con algunos tintes rubios que lo asemejan a un actor de telenovelas. Los tres por un rato bromean por que se conocen desde algún tiempo atrás, cuando jugaban en un extinto club llamado Santa Lucía de la primera división del fútbol guatemalteco.
Los tres futbolistas y este escriba se juntaron en un restaurante argentino de la ciudad de Antigua para hablar de fútbol, de sus vidas, de sus sueños pero también de política. Porque cuando ellos tres dejaron sus respectivos países años atrás, dejaron mucho más que su tierra, dejaron sus sueños, sus afectos y también sus esperanzas. Nunca creyeron que iban a ser parte del juego político de algunos personajes que utilizan equipos de fútbol para campañas, para beneficios personales, para réditos políticos.
“Hace ya quince años que estoy en Centroamérica, jugué al fútbol en Honduras, en Nicaragua, pero siempre termino aquí en Guatemala, donde todavía tengo algo de nombre que me respalda y he formado mi familia”, dice Fabián que se casó con una modelo local y tiene dos hijos. 
Los otros dos futbolistas escuchan en silencio, como respeto hacia el patriarca y por esos lazos que han formado en la humedad de los vestuarios.
“Cuando nos llamaron para jugar en el Santa Lucía, no lo podíamos creer. El contrato era de los mejores que se podían encontrar en la Liga. En especial para un equipo recién formado, el dinero se equiparaba con los dos equipos más grandes del país. Tendríamos que haber desconfiado, pero creímos en las ganas del Presidente del club, en el esfuerzo económico que estaba haciendo. Nunca nos imaginamos que sus intenciones fueran otras”.
Jorge asiente en silencio y recuerda el mal trago que tuvo en ese club cuando tuvo que rescindir el contrato. “Yo dije que si no me pagaban lo que me debían, que en ese momento eran seis meses des sueldo, me tenían que dejar ir y pagarme el resto del contrato. Fue cuando este señor sacó un revolver de entre las ropas y lo puso en la mesa. Por supuesto la negociación se terminó allí”.
“Yo tuve un poco más de suerte”, dice Dinho con un suave acento pero con perfecto español. “A mi trajo un grupo empresario y no estuve más que un torneo en Santa Lucía, me pagaron los dos primeros meses, pero cuando los resultados no ayudaban en menos de una semana dejaron de pagar la renta de mi apartamento y tuve que buscar uno por mi cuenta. El propietario practicamente me echó por la ventana de allí. Por suerte me fui al terminar el campeonato”.
“Lo peor fue que cuando empezamos a andar bien, estabamos en todos lados con el Presidente y comitiva. Fiestas, fotos, actos políticos, porque teníamos que ir o enfrentarnos a los lavados de cerebro de los directivos, nosotros te pagamos, nostros te trajimos aquí, te estamos haciendo una estrellas, que eres desagradecido. Entonces terminabamos mostrándonos con ellos en todas partes. El presidente quería ser el alcalde de la ciudad. Y nos lo hacía saber muy claro, que si él no ganaba, nosotros nos quedabamos sin trabajo”.  Dice Fabián casi sin emoción, como si se tratara de un hecho cotidiano y no del futuro de un hombre. 
Ingenuamente les pregunto si enjuiciaron a la institución por la falta de pago pero los tres hacen silencio. Después de unos segundos, Jorge me dice que sí, pero el club desapareció sin pagar las deudas que tenía con el plantel. “Lo borraron. Lo declararon en quiebra y no hubo forma de cobrar un quetzal”. Los tres hacen una pausa, beben su agua mineral mientras comen carne asada en silencio. Yo no bebo agua mineral, agarro mi copa de vino y le doy un sorbo. Repentinamente me sabe amargo y agresivo a la lengua.
Les vuelvo a preguntar sobre el presidente del club y Dinho sonríe de manera cordial y dice que por supuesto nunca llegó a la alcaldía y que debido a los juicios por corrupción y otros escándalos ahora vive en Los Ángeles. El silencio se expande y veo que en las caras de los jugadores hay frustración. Empezamos a hablar de cosas triviales entonces, pero me viene a la cabeza la frase de Maradona: “La pelota no se mancha”.
Hay muchos ejemplos en Latinoamérica del uso del fútbol como instrumento político. Podemos mencionar cuando en plena guerra de Malvinas, el general Galtieri, Presidente de facto argentino le pide a Menotti que gane el Mundial como apoyo al momento político del país. O la absurda guerra del fútbol donde dos países centramericanos movilizaron sus tropas a zonas fronterizas por el resulado de un partido de fútbol entre los seleccionados de esos países. 
Es un hecho comprobado que el fútbol genera pasiones encontradas. Hay muertes en los estadios en nombre de un equipo de fútbol, o de una ciudad, o de un país. Y sí, la política no escapa a la regla, hay que mantener a la gente ocupada pensando en algo, y que mejor que el fútbol que cada domingo nos ofrece una revancha.
Los tres futbolistas terminan su almuerzo. No piden postre, se justifican con el tema de la dieta. Ahora los tres juegan en equipos diferentes, son rivales ocasionales, pero los hermana la experiencia de haber sido víctimas de sus propios sueños, el de jugar al fútbol, el juego más hermoso y popular del planeta, porque después de todo, el fútbol es eso, un juego. No deberíamos olvidarlo.
Los tres hombres se despiden y se van, hablando alto, jugando entre ellos como niños que se preparan para un picado o una cascarita. Todavía creen en lo que hacen.
Yo me quedé en la mesa, anotando cosas en una libreta. El mesero sube el volumen del televisor porque un partido de la Champions League va a empezar. Cierro la libreta y dejo de escribir, me pido otro vaso de vino. Me recuesto en mi silla y me pongo a mirar. Tengo ganas de ver un buen partido.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Entre cielos e infiernos, una visión sobre la muerte



A lo largo de la historia el hombre ha tratado inútilmente de saber qué hay después de la muerte. Y si bien las religiones se han tomado el trabajo de explicar oníricamente el proceso del más allá, los resultados están basadas en cuestiones de fe y no de practicidad. Por supuesto que no hay practicidad en la muerte, pero al no haber evidencias sobre el contenido específico de este fenómeno inevitable, no nos queda más que visualizar de alguna manera subconsciente una vida eterna sin sobresaltos o el castigo sin fin que merecerán nuestros actos. Pero los cielos y los infiernos son diferentes dependiendo de las creencias de uno. Y aquí llegamos al contraste supremo de lo que nos espera, definitivamente, esos contrastes son la suma de esperanzas y miedos organizadas en nuestra mente a través de los años. Pongamos como ejemplo el infierno cristiano y el infierno de los vikingos. El cristiano habla de fuego, de hogueras, de calor intenso y sofocante. Por el contrario, el infierno vikingo se define como el frío absoluto, una estepa blanca pero sin luz, una sucesión de hielo y nieve sin posibilidades de encontrar nada más que el vacío. Ambos hablan de sufrimiento, pero en ambientes completamente dispares. Los griegos consideraban al infierno como un lugar de oscuridad total, sin posibilidades de reconocer siquiera las voces.
Ya que hablamos de infiernos, debemos mencionar cómo evolucionó el concepto del castigo eterno. Hasta la aparición del cristianismo no existía un concepto de infierno como el que tenemos ahora. En la religión judía, la creencia en la que se basan las dos religiones monoteístas más extendidas en el planeta, el cristianismo y el islam, no hay mención de la existencia de un infierno después de la muerte, sólo se habla de la desaparición total por la falta de Dios en nuestros corazones. Lo que se consigue es el premio de la vida eterna, no se describe ningún tipo tortura ni demonios gozando con el sufrimiento. La idea del purgatorio no aparece hasta que Dante Alighieri  presentara trece siglos después de Cristo, su genial Divina comedia, quizás el mejor libro escrito en la historia de la humanidad. El purgatorio es una estación previa al cielo, donde, valga la redundancia, se purgan los pecados. Como ejemplo, podemos mencionar los pecados de pasión: Dante representa a las almas como palomas, y estas almas deben purgar sus pecados en aguas tremendamente frías antes de entrar al cielo. Una suerte de purificación. Entendamos que la Divina comedia no fue pensada como libro ícono de la religión, sino como expresión literaria y filosófica del escritor y nada más. Por supuesto el concepto se tomó muy bien en la estructura de la iglesia de pensamiento medieval, conduciendo a los fieles a través de la culpa y, encontrando terreno para seguir explotando el miedo al más allá lejos de la religión.
En el budismo no hay un acercamiento al infierno como lo entendemos. O para explicarlo de otra manera, el castigo por no lograr la perfección del alma necesaria para alcanzar el Nirvana, es volver a vivir. Quizás suene como ideal pero tiene una lógica impar. El concepto de la vida es la del examen, uno debe comportarse de acuerdo a ciertas reglas para lograr el ascenso al estado divino, aquel que no logra la perfección del alma de acuerdo a los parámetros budistas, está condenado a reencarnarse y volver a vivir hasta alcanzar el estado de gracia eterno. La parte complicada del sistema es que uno se puede reencarnar en un ser humano, pero si el individuo fue nefasto durante su período de vida, le tocaría reencarnarse en forma de animal. Si bien no hay conocimiento cierto sobre cuantas veces una persona va a reencarnarse, los budistas afirman que para alcanzar el Nirvana el promedio es de siete vidas. Muchos cuestionan la reencarnación porque no explica porqué no hay recuerdos de las vidas anteriores, pero la “Rueda de la vida” dice que nuestras memorias son borradas para no entristecernos con nuestras acciones del pasado. Ahora bien, ¿qué es el Nirvana? Es el estado de paz absoluta, cuando el hombre se desprende finalmente de las ansias y los deseos materiales. Buda no es un dios. Y en el budismo no existen estructuras jerárquicas con legiones de ángeles para adorar a la divinidad. Buda significa “el iluminado”. Cualquier persona puede llegar a ser un buda, porque el requisito es poder reconocer el estado de espiritualidad que puede hacer sentir el cielo en la tierra.
El concepto de cielo es más o menos generalizado. Se habla de paz, de un estado sin necesidades, del reencuentro con los seres amados. Como rareza genuina, el cielo del Islam se describe de manera muy humana, donde hay jardines, donde las prohibiciones que se han tenido durante la vida son permitidas, como la de beber alcohol, y quizás lo más sobresaliente es la existencia del sexo. A los buenos musulmanes les está reservado un encuentro con un harén de vírgenes. 
Por supuesto también deberíamos mencionar a los ateos, aquellos que claman no creer en nada. Lo que significaría que al morir nuestra existencia se termina y no hay esperanzas de un más allá. En ese caso, la moral cambia de acuerdo a las leyes de convivencia personales, ya que no habrá que rendir cuentas de ningún tipo pues no habrá juicio final. Lo que lleva a pensar que entre tener esperanza y no tenerla, es mejor creer en algo que esperar por la nada.
Las religiones no sólo tratan de dar una explicación espiritual a la realidad de la muerte, sino también tratan de forjar una conducta moral lo largo de la existencia, que incluya la vida presente, y por sobre todo el concepto de justicia divina y la solución definitiva a la desigualdad al acabar nuestro tiempo de vida. Independientemente de la forma en creamos que será el cielo o el infierno, todo depende de lo que hagamos durante nuestro tiempo de vida; y la mejor manera de mantener el infierno lejos de nosotros, es creando un entorno donde todos tengan lugar, respetando diferencias religiosas, culturales y étnicas. De nosotros depende que la vida se parezca al cielo que deseamos o al infierno que tememos.