Bloggear o no bloggear...

...he aquí la cuestión. Me propongo desde este espacio publicar cada tanto algunos comentarios, artículos, opiniones sobre la realidad del latino en Estados Unidos, pero sin olvidarme que ante todo soy latinoamericano y lo que sucede en el continente afecta a todos los que estamos aquí. La frecuencia de publicación será bastante irregular, pero será de alguna manera activa y persistente. También haré una recopilación de artículos pasados y que ya fueron publicados en otros lugares pero que no dejan de ser actuales. Ojalá me ayuden con sus comentarios. Aquí vamos pues...

jueves, 12 de diciembre de 2013

La luna de Iris, publicado en la Revista Archipielago


LA LUNA DE IRIS

Como tantas otras veces, Iris mira el cielo buscando la
luna. Le gusta ver sus dibujos. Así llama a los relieves;
otras veces los llama cicatrices, depende más del estado
de ánimo que de una cuestión de aspectos. Esta noche no
encuentra ningún nombre en particular para la geografía
de la luna. Sólo mira. De a ratos se toca el vientre,
inconscientemente, sin un motivo que justifique hacerlo.
Piensa en los dos hijos que todavía están al cuidado de
su madre, allá en Guerrero, y en las noches que se pasó
viendo la luna.
Ya van cuatro años desde que partió. Cuatro años sin ver
a sus hijos, sin abrazarlos. Cuatro años de privaciones en
el Norte, enviando dinero y esperanzas al Sur. Le cuesta
hablarles por teléfono, no porque no lo desee, sino porque
se quiebra tan seguido que es difícil entenderle.
La vida de Iris siempre fue complicada. La niñez con
estrecheces, la pubertad con sombras, la adultez con
sueños rotos. Los errores de amor se pagan toda la vida, se
repite cada tanto.
Esta noche la luna está más grande que de costumbre,
más amarilla de lo habitual, más brillante de lo común.
Siempre ve la luna de Chicago más cercana de lo que la
veía en su Guerrero natal. Es una de las pocas cosas que
la reconforta a pesar de estar lejos de los suyos. Su vida
cambió bastante desde que llegó. Antes no podía ir a
bailar tan seguido. Su pueblo era chico, todos se conocían.
Si se quería evitar a alguien, lo mejor era no ir a ningún
lado. A veces, ni siquiera al excusado. Pero la música la
transforma, la lleva en las venas. No puede esconderse
al escuchar algunas notas, el cuerpo le pide moverse.
Moverse, aunque sea en silencio. Moverse, aunque sea a
oscuras. Moverse, aunque sea sin movimientos.
Él también iba a todos los bailes.
En lugares donde las caras se repiten, es fácil catalogar
quién es quién, en especial cuando de bailar se trata. Al
momento de decidir por una pareja, se tienen en cuenta
muchas cosas. El bailar es cosa seria. La pareja debe tener
la misma pasión por el baile y más o menos las mismas
condiciones. Bailar con alguno de poco vuelo puede
resultar el fiasco de la noche; en cambio, estar acompañado
por un deslumbrante bailarín y desentonar, sería la razón
del aburrimiento por el resto de la velada. Nadie elegiría a
un perdedor de pareja.
Ambos bailaban muy bien. Era inevitable que no se
encontraran.
Iris estaba en una edad donde la piel es delicada, donde
una sonrisa nerviosa habla por las palabras que faltan,
y en una circunstancia donde la curiosidad del cuerpo
hace cometer deslices, a veces, inconvenientes. Y fue
una mezcla explosiva. Dieciséis y embarazada. Por un
tiempo, desapareció de los bailes.
Él desapareció para siempre.
En aquellos días la luna no le alcanzaba para reconfortarse,
pero nunca dejó de mirarla.
Ya con veinte pudo volver a bailar. La madre, alguna
hermana, a veces la abuela, le cuidaban el hijo. Los bailes
no la acaloraban como entonces, ahora los disfrutaba
por el simple hecho de la relajación, de olvidarse de lo
cotidiano, de dejarse llevar por esos momentos de éxtasis
bajo la luna. En Guerrero, todos los bailes se hacen
en patios. Hay garantía de buen clima y la brisa disipa
las borracheras. Ya Iris tenía cuerpo de mujer. Había
aprendido a mantenerse tan distante como quisiera.
Muchos Él se le cruzaron por el camino. Algunos la
fastidiaban; otros, la divertían. Sólo uno de esos El, llamó
su atención. Pero esta vez sería diferente, se prometió.
La estrategia fue clásica. Estoy embarazada. Él se quedó
con ella. Pero el precio fue alto. El primer hijo debió
quedarse con la abuela. Cuestión de honor, dijo El. Claro,
¿cómo iba a criar el hijo de otro? No tardó más que meses
en darse cuenta que tampoco podría criar el propio. Él
se fue, no muy lejos, pero lo suficiente como para no
escuchar reproches.
Todo en Iris se desbandó. Sus creencias, sus ritos, sus
esperanzas. No mostró cicatrices en su andar. Nadie sabe
qué pasó con las heridas internas.
Y tuvo que remar otra vez. Se alejó de Guerrero
observando la luna desde la ventanilla de un bus que
la llevó al Norte. Se había dicho por un año, pero ya
van para cuatro. El comienzo fue difícil, con deseos de
volverse a cada rato. Pero con ella en el Norte todos están
mejor. La abuela recibe dinero puntualmente para el
cuidado de los hijos; están bien vestidos, bien alimentados
y bien educados. Cada vez que puede, alguna encomienda
les lleva el amor que está postergado en el Norte.
Juguetes, regalos, fotos.
La luna brilla en todos los cielos. En Chicago, hasta parece
más grande. Siempre despeja después de la tormenta.
Se dio cuenta de que en el ambiente latino de la ciudad, la
permisividad es algo corriente. Dejó de llamarse Iris, ahora
es Claudia. Su tarjeta de trabajo falsa, al menos, dice eso. El
reinventarse le ayudó a volver a empezar. Cuando conoce a
alguien, ni siquiera menciona a Guerrero. Después de todo,
cada uno tiene algo de qué olvidarse en esta otra vida. Con
las nuevas amigas, peregrinan por los bailes de los suburbios.
Siempre uno distinto, donde lucen sus dotes para la salsa, la
bachata y la cumbia. De vez en cuando accede a alguna cita.
De vez en cuando se permite ir a la cama.
Hace poco conoció a un puertorriqueño. Baila muy bien, su
especialidad es la salsa. Se divierten bailando y disfrutando
algunos tequilas. Lo llama por el nombre de pila, ya no
es más Él. También sabe que los puertorriqueños tienen
beneficios. El beneficio de la nacionalidad, seguro social y
mejores trabajos. También sabe que por ser latino le gustan
los niños, como a ella. Sabe que mejorando su propia
situación, mejorará la de la familia.
La luna se le acerca hasta dejarse tocar. Nunca en
Guerrero pudo tocar la luna. Le gustaría tener una hija. Le
hace falta compañía en la soledad que siente en el Norte.
Le gustaría llamarla Luna.
Hoy la luna está más grande que de costumbre, más
amarilla de lo habitual, más brillante de lo común. Hoy
puede tocarla. De a ratos, inconscientemente, también se
toca el vientre, no tiene motivos para hacerlo, apenas el
deseo de que la luna estuviera metida en su vientre. 

Fernando Olszanski. Escritor argentino, es autor de la novela Rezos de marihuana
y del poemario Parte del polvo. Actualmente reside en Chicago, Estados
Unidos, donde es Director Editorial de la Revista Consenso, de la Northeastern Illinois University.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Esperanza, microcuento.


Esperanza
“¿Algo?”
“Nada”.
“¿Nada?”
Resignadamente, él movió la cabeza de manera negativa.
Ella le cogió de la mano y le dijo al oído: “Eso es un buen comienzo”.