Bloggear o no bloggear...

...he aquí la cuestión. Me propongo desde este espacio publicar cada tanto algunos comentarios, artículos, opiniones sobre la realidad del latino en Estados Unidos, pero sin olvidarme que ante todo soy latinoamericano y lo que sucede en el continente afecta a todos los que estamos aquí. La frecuencia de publicación será bastante irregular, pero será de alguna manera activa y persistente. También haré una recopilación de artículos pasados y que ya fueron publicados en otros lugares pero que no dejan de ser actuales. Ojalá me ayuden con sus comentarios. Aquí vamos pues...

jueves, 8 de mayo de 2014

La superposición de las Marías, cuento


LA SUPERPOSICIÓN DE LAS MARÍAS


Escondido detrás de un libro y de un par de gafas de sol, miro de reojo todo lo que sucede en la piscina. No me preocupa que alguien pueda ver la dirección en la que observo, las gafas me protegen mientras no mueva la cabeza y delate hacia dónde estoy mirando.
Hay muchas cosas para mirar. La piscina está en el centro del complejo donde vivo, rodeada de apartamentos y plantas artificiales que le dan aspecto de oasis patético. Me llama la atención la gente que se asoma en los balcones y tira las colillas de los cigarrillos donde no debería, los jubilados que discuten en voz alta las instancias de un juego de dominó, algún caballero que muestra cómo le cuelga la panza por encima del traje de baño, los niños que saltan, gritan, y salpican con agua a los demás, y por supuesto, alguna señorita que valga la pena mirar. Para eso vengo. Para descansar, tomar algo de sol, y ver en la gente que me rodea a los personajes de esa novela que tengo en la cabeza desde hace más de doce años. En realidad, a los personajes ya los tengo, porque surgieron de un hecho que viví en Buenos Aires, antes de mudarme a Los Ángeles y que me empujaron a abandonar todo. Los personajes son tres, yo soy uno, el otro se llama Julián, y su novia, María. Las circunstancias que los tres vivimos son una novela sin ficción, demasiado real como para obviarla y dejarla en el olvido. Pero sé que escribirla sería como volver a vivir todo aquello, con los momentos de esperanza y con la amargura final del exilio.
Confieso que no sé cómo empezar esa novela, o no sé cómo escribirla, o no sé cómo terminarla. Porque me hubiese gustado que todo fuera diferente.
El observar a la gente que me rodea me da pautas para disfrazar a los personajes. Busco gestos, tonos de voz, actitudes y formas de caminar. Cualquier cosa que encuentre en los demás y que despierte los pensamientos que temen surgir. Eso es lo que he hecho en los últimos doce años, observar; buscar no sé qué, en no sé quién, lo que no sé cómo diré.
Aunque ahora me he dado cuenta de que, desde hace tres días, el observado soy yo.
El primer día tan sólo cruzamos miradas de ¿quién será? El segundo, me saludó con un buen día y se sentó en la reposera a tomar sol, justo frente a mí con la piscina de por medio. Empecé a observarla porque me ella observaba, y porque sus ojos eran negros, y su cabello también, y era largo y espeso, y le llegaba hasta más allá de los hombros. Como a María.
Sí, le vi también el cuerpo adolescente, pero firme, ese traje de baño de dos piezas, blanco y sugestivo, la gracia de sus muslos, la mirada con la cabeza baja, con los ojos escondidos entre los cabellos, pero intensa, muy intensa. Como la de María.
Alguien la llamó ayer por el nombre, creo que la madre, así supe su nombre. María Celeste. Ella contestó con fastidio mientras me miraba. Quizá supo que la estaba observando detrás de mis gafas negras, o quizá no supe esconder mi mirada o no quise hacerlo, porque estudiaba sus facciones, las cejas gruesas, la boca carnosa, la decisión de sus movimientos. Igual que María.
Hoy, cuando llegué a la piscina, ella ya estaba nadando, y lo primero que vi, fue su cuerpo saliendo del agua, lentamente, sin sacudirse. Con el agua cayéndole por la cara y el cuerpo, recorriéndola de pies a cabeza, y sus ojos estudiándome a través de sus densos cabellos. Como María, la última noche que pasamos juntos en aquel hotel de mala muerte.
Estaba algo lejos como para saludarla, pero ambos nos dimos cuenta de la presencia del otro. Fue magnético.
Ella se zambulle otra vez y nada despacio debajo del agua. Cada vez que se asoma a la superficie para respirar, balancea el cuerpo para sumergirse, dejando expuestas las caderas perfectas antes de entrar lentamente debajo del agua. Ya no me preocupa si me ven mirando. Sé que otros la ven también, porque es demasiado vistosa; imposible no asimilar sus movimientos de sirena. Aunque no la catalogaría como tal, porque las sirenas no tienen caderas, ni muslos, ni caminan tan seguras como lo hace esta María. Como lo hacía aquella María.
El recordar a María me trae sentimientos encontrados; por un lado, me llena de vida repasar el único momento de mi triste existencia en que me sentí hombre en el sentido completo de la palabra, el momento en que una mujer puede moldear con sus propias manos dentro del pecho masculino y darle sentido al caos interno. Pero al mismo tiempo, me hizo sentir tan miserable y tan ruin como es un traidor.
Por eso me fui de Buenos Aires, mientras otros aquí son refugiados de alguna guerra de por ahí, o buscan un futuro en una economía diferente, yo vine a ocultarme, y a encontrar en el espejo una imagen diferente a la que encontraba en mi ciudad.
Allí no podía verme a mí mismo, ni a mis padres, y menos a Julián, que después de todo es mi hermano.
Quisiera decir que me fui por amor, o por honor, o por respeto. En el único término que puedo pensar es cobardía.
María se me acerca y con esa desfachatez que tienen los adolescentes me pregunta si hablo español. Sé que se dio cuenta de ello por el libro que tengo en la mano, y le digo de donde soy y ella me dice con un inconfundible acento que es colombiana. Su voz es lejana en la memoria, pero poderosa y firme en el presente. Mis ojos la escuchan mientras viajan entre su rostro y las oscuras aureolas de sus pechos que contrastan con el blanco de su traje de baño y me señalan.
No hay mucho que pueda decir sobre cómo empezó aquello con María, partiendo de que Julián la trajo a casa un día y así empecé a verla seguido, hasta que un día pasó lo que pasó, y no dejó de pasar, hasta que Julián hizo una broma sobre nosotros dos. Y vi en las palabras de Julián algo más que una broma. Algo que sólo los hermanos pueden sentir. Porque sus ojos me miraron a mí, y no a ella.
Entonces me fui.
María me habla del sol, del calor, y de que quiere zambullirse en la piscina otra vez.
Yo sonrío. María sonríe y me saco las gafas oscuras para ver su color real y su mirada sin límites.
Tal vez estaba equivocado con respecto a la novela y a los personajes, tal vez la novela no había terminado, o no había empezado, o estaba en una transición; tal vez nunca me había ido de Buenos Aires y la pensé allá, o tal vez siempre había estado en Los Ángeles creando el espacio para vivirla en lugar de escribirla. Tal vez María nunca existió, o tal vez María siempre estuvo aquí esperando a que llegara. No sé cual de las Marías inventó a la otra.
El sol de California arde en la piel, tal vez el agua no sea una mala idea. Me zambullo. Puedo sentir la diferencia de temperatura, puedo percibir la suavidad de un mundo distinto. El mundo donde habita María.