Bloggear o no bloggear...

...he aquí la cuestión. Me propongo desde este espacio publicar cada tanto algunos comentarios, artículos, opiniones sobre la realidad del latino en Estados Unidos, pero sin olvidarme que ante todo soy latinoamericano y lo que sucede en el continente afecta a todos los que estamos aquí. La frecuencia de publicación será bastante irregular, pero será de alguna manera activa y persistente. También haré una recopilación de artículos pasados y que ya fueron publicados en otros lugares pero que no dejan de ser actuales. Ojalá me ayuden con sus comentarios. Aquí vamos pues...

lunes, 24 de noviembre de 2014

Multiplicando por 43, o las consecuencias de Ayotzinapa


Fernando Olszanski Publicado 2014-11-22 09:04:38 En El Béisman.


 
Hace poco leí una frase que decía “¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos?” La frase estaba sugerida por la desaparición de los 43 normalistas en México. Hoy ya tenemos una idea más clara de lo que pasó en Iguala, de los porqués, de algunos de los últimos pasos seguidos por los estudiantes que tan solo estaban ejerciendo el sagrado derecho a la protesta. Pero no tenemos ninguna idea del porqué de la insanidad de los hechos.
Uno se da cuenta al ver las protestas que la gente en México está diciendo, al igual que el procurador Jesús Murillo Karam, pero obviamente con un sentido opuesto, que están cansados de la muerte de todos los días. De la corrupción. De la violencia. Del crimen organizado y del otro. De las promesas incumplidas. Del futuro que se escapa. De la esperanza que se muere.
La gente ve que los estudiantes han sido asesinados por el Estado y la gente no puede tolerar eso porque el estado debe hacer todo lo contrario: velar por ellos en todo sentido. Y cuando no hay Estado ya sabemos lo que ocurre. Anarquía total. Y si bien muchos mexicanos podrían decir y con razón que la anarquía ha estado instalada ya por un largo tiempo, también es cierto que aceptar esto justificaría la violencia reinante. México es un estado fracturado por la corrupción y los gobiernos incompetentes, al igual que por el narcotráfico, la pobreza extrema y la violencia cotidiana. El caldo de cultivo perfecto para una guerra civil. El pueblo está huérfano y a la deriva. 
Sí. La gente en su desesperación por encontrar respuestas puede empezar a pensar que los carteles están mejor organizados que el gobierno y que al menos tienen un código de honor férreo que no permite desviaciones, y que además genera estupendos dividendos que pueden ser generosamente compartidos con la población. También, algunos generales podrían empezar a pensar que son la última reserva moral de un país enfermo de crimen, y quién lo dice, quizás se crean los mesías o los Quetzalcóatl regresando del más allá para salvar a México. Otra posibilidad podría ser que el pueblo se vuelque masivamente hacia el resurgimiento del movimiento Zapatista para culminar la frustrada revolución empezada en 1994. O quizás, en un lapidario momento de frustrada lucidez, que cada uno tome las armas por su cuenta, genere pequeños grupos de resistencia y la gente se empiece a matar una a otra. Cualquiera de estas visiones no está muy lejos de ocurrir dadas las circunstancias.
Peña Nieto no puede ni debe seguir en el gobierno. Su incompetencia e ineptitud está altamente demostrada. Pero hay que tener mucho cuidado con lo que viene después, porque un mal paso puede conducir a un baño de sangre interminable. Quizás un gobierno de consenso popular y con poderes especiales pueda ser la solución temporaria para salir de la tormenta y fortalecer las instituciones. Porque ésta debe ser siempre la prioridad, si se pierden las instituciones es un lamentable suicidio como sociedad. Toda la sociedad debe ser partícipe de esta reforma política y social y hacer mea culpa. Se debe mirar hacia dentro y hacia adelante, porque una nación que siembra cuerpos solo cosechará más muerte. La última batalla de la revolución mexicana debe pelearse ahora. Tal vez se necesiten armas, pero se van a necesitar mucho más que eso, se va necesitar corazón, coraje, amor a la patria y muchísima imaginación.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Una lectura íntima, Unveiling the Mind, poemas de Beatriz Badikián-Gartler


Una lectura íntima, Unveiling the Mind, poemas de Beatriz Badikián-Gartler

Fernando Olszanski Publicado en El Béisman, 2014-11-12 10:25:25

 
Unveiling the Mind, Beatriz Badikián-Gartler
Pandora Lobo Estepario Productions, 2014, $13.50, ISBN-10: 1940856078

Desde el título del último libro de poemas en inglés de Beatriz Badikián-Gartler, Unveiling the Mind, o una suerte de “Descubriendo la mente”, nos podemos imaginar que la lectura será un viaje interno a los sentimientos y a las vivencias del autor. Y esta predicción es correcta, porque los poemas con los que nos encontramos son una suma de versos que nos pasean por recuerdos lejanos, emociones fuertes y por la esperanza del futuro.
El libro esta dividido en pequeños trabajos con distintos poemas que representan un periodo de tiempo, o quizás un tema en particular. Si vemos el primero por ejemplo “Betrayals of the Body”, Traiciones del cuerpo, vemos que los poemas nos llevan a recuerdos dolorosos de la niñez, accidentes, desmayos qua han afectado a la autora, a transeúntes e incluso a ocasionales cabras. We break, we rise, we do what we are here for, dice a modo de respuesta la autora, confrontando los contratiempos de la vida.
El último mini libro, que da título al poemario, lleva un tinte más social y más feminista, algo constante y coherente en la carrera literaria de Badikián. Mezclando español e inglés, relata horrores de las guerras civiles centroamericanas y mexicanas, contadas por mujeres demasiadas veces invisibles al egoísmo de la guerra fraticida.
Al final del libro en la última línea del último poema, Badikián declara el porqué de su escritura, en unas líneas dedicadas a Nawal El-Sadawi, reflota el conocimiento milenario de las mujeres y de los escritores, al clamar que se escribe para ser inmortal, to unveil the mind.
Con un lenguaje simple y lleno de toques personales, leeremos enUnveiling the Mind, una colección de poemas que recorren una historia personal y de relaciones con el mundo, una sucesión de versos que recordará la historia propia y la de otros, pero por encima de todo, será una lectura coherente con la filosofía de la autora. Un libro reflectivo y al mismo tiempo esclarecedor para aquellos que no solo buscan verdades absolutas, sino también para aquellos que necesitan saber de las verdades íntimas.

De novias, esposas y otras cosas, algunas historias para vivir de Stanislaw Jaroszek


De novias, esposas y otras cosas, algunas historias para vivir de Stanislaw Jaroszek

Fernando Olszanski Publicado 2014-10-19 01:01:33
De novias, esposas y otras cosas, Stanislaw JaroszekEl BeiSMan, 74 páginas, 2014, $10.00, ISBN-978-1-4951-0226-4
Recibimos con alegría este último trabajo de Stanislaw Jaroszek, De novias, esposas y otras cosas, un libro que no hace más que confirmar lo que todos presumíamos, la consolidación de Jaroszek como un escritor que habla y escribe cosas de lo cotidiano, y de las circunstancias en las que nos envolvemos a diario. A diferencia de su primer libro, Jaleos y denuncias, De novias... nos trae una serie de historias cortas que parecieran terminar abruptamente, pero la intención y la finalidad de esas historias es llevarnos a considerarlas como el comienzo de otras más largas que suceden en la imaginación del lector. Y eso es un regalo que muy pocos pueden llegar a hacer, invitar al lector a participar de la historia y convertirlo en cómplice de una aventura literaria. Es cierto que algunos preferirían un cuento o un relato que nos llene de detalles, y cerrara con un final en donde todo está predestinado, sin desafíos, sin retos intelectuales. Pero la literatura es más que eso, es estimular la mente y los sentidos. Por eso libros como De novias... son bienvenidos.
Las historias tienen una temática uniforme, suenan a anécdotas y a experiencias reales. A veces el escritor se escapa de su realidad y se encuentra con sus propios personajes, y algunos de éstos revelan cosas que quedaron escondidas y otros se rebelan en contra de su creador y lo abandonan en el peor de los momentos. Estos escapes de la realidad deben tomarse como una explicación de lo cotidiano, de aquello que no se puede explicar o lo que uno se inventa para convencerse de lo inaudito, o de lo que no podemos asumir.
A mi entender, y lo digo así porque la literatura tiene una visión muy personal y no siempre significa una verdad multitudinaria, los puntos más altos se encuentran en los títulos, “La gran fuga”, “Escritor”, “Adrián” y “Profesor Gucci”. Por supuesto que el lector puede discernir con este escriba, como ya lo expliqué, el leyente encontrará sus propia verdad y se hará dueño de ésta aferrándose con uñas y dientes. Y está bien que así lo haga.
De lectura rápida y concisa, De novias, esposas y otras cosas, es un libro que invita a la sonrisa, a la reflexión y a una tristeza que encontraremos todos los días en la calle y nos acompañará para recordarnos que la vida es un reto, y que vale la pena vivirla.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Cuando alguien me pregunta por qué escribo...

Creo que cuando escribimos o creamos arte en general, creamos espacios, momentos, mundos, y en esos espacios, momentos, mundos también creamos un poco de cielo, de eternidad, de nirvana y eso nos lleva a estar en comunión con el todo, esa conexión para mí es el sentido de la vida misma.

viernes, 3 de octubre de 2014

Viaje One Way, un boleto al desarraigo

Viaje One Way, un boleto al desarraigo Fernando Olszanski Publicado 2014-10-01 Viaje One Way, Pedro Medina León y Hernán Vera Álvarez Suburbano Ediciones, 2014, $16.99, ISBN-13 9780989095327 La antología es quizás el elemento más natural para representar movimientos literarios, o incipientes muestras de un país, de una región, o incluso de una ciudad. En este momento en los Estados Unidos, está surgiendo un nuevo género literario dentro de lo que es la literatura latinoamericana, que representa al nuevo ser latino. Y digo que es un nuevo ser latino porque el hombre inmigrante en el gran país del norte, está expuesto a un sinnúmero de posibilidades que están condicionadas ya no solo por el idioma o el choque cultural, sino también por fenómenos sociales como el racismo, la segregación o la alienación. Esta transformación tiene como resultado, para bien o mal, un ser transnacional. Hecho de nuevas influencias, de nuevas ideas, de nuevos sabores. Me atrevo a llamar a este nuevo género literario la Literatura del Desarraigo. Son muchos los factores por los cuales el ser migrante se transforma en este país, y es la literatura, como documento testimonial de ese proceso, donde mejor se observan las transformaciones de ese hombre, después de todo, el escritor no es más que un testigo de su tiempo y su meta es reflexionar sobre el hombre y sus circunstancias. Viaje One Way, Antología de narradores de Miami, es una referencia donde los autores indagan sobre las experiencias y desventuras del ser migrante. A veces la visión es optimista, en muchas otras, la sensación es de desesperanza. Por supuesto que la experiencia migrante siempre es muy personal, pero uno puede identificarse con estos personajes, con su lucha cotidiana y con su nostalgia. Esta antología editada por Pedro Medina León y Hernán Vera Álvarez, presenta doce relatos de diferentes autores: Eli Bravo, Rossana Montoya Calvo, José Abreu Felippe, Rosana Ubanell, Carlos Gámez Pérez, Gastón Virkel, Andrés Hernández Alende, Rodolfo Pérez Valero, Camilo Pino, José Ignacio Valenzuela, además de los editores. La representación de nacionalidades están cubiertas por tres cubanos, dos venezolanos, dos argentinos, dos peruanos, dos españoles y un chileno, lo que reúne de manera amplia el espectro del idioma castellano. La lectura de estos cuentos y relatos fluye fácilmente ante los ojos del lector. Los textos nos invitan a caminar por las calles de Miami, aquellas calles verdaderas, las que están lejos de la ciudad turística y paradisíaca que nos venden en los panfletos. Una ciudad desgarrada por desigualdades, por el choque cultural y social, y las vicisitudes inciertas del sueño americano. No es casual que el ambiente creativo sea una ciudad como Miami, quizás la urbe más latinoamericana dentro de Estados Unidos. Esta ciudad es la puerta a nuestro continente, una península extendida entre mares y océanos donde se mueve mejor la lengua de Cervantes. La vida de dicha ciudad es efervescente, con el continuo ir y venir de migrantes, con enfoques políticos no solo para América Latina sino también para el espacio doméstico, y es el aeropuerto preferencial para los vaivenes económicos y políticos de nuestros países. Viaje One Way, Antología de narradores de Miami, es una antología necesaria para seguir explorando las transformaciones del ser migrante. Es vital para seguir entendiendo los cambios de aquellos que dejamos nuestra tierra para buscar un horizonte distinto, independientemente de las razones que hayamos tenido. Esta antología es fundamental, para seguir desarrollando una literatura genuina en español en este país, y apuntalar este nuevo genero que entre todos estamos creando para arraigarnos, para que no sea más una Literatura del Desarraigo. ♦ Fernando Olszanski. Escritor argentino, autor de El orden natural de las cosas. Es editor de la Revista Consenso, de la Northeastern Illinois University.

domingo, 7 de septiembre de 2014

La única certeza, cuento

Bilingual Review;Jan2004-Apr2007, Vol. 28 Issue 1, p83


La única certeza


Alguien gritó que La Migra estaba en el edificio, entonces, como teníamos planeado con mis compañeros, a modo de simulacro de incendio, trepé por una cinta hasta la ventana que da a la terraza de la cafetería de al lado. De allí, salté al techo del restaurante árabe, y luego me arrojé al contenedor de basura. Algunos cartones amortiguaron mi caída. Nadie me vio, así que después de sacudirme las ropas caminé por el estacionamiento y me perdí en la calle. No pude fijarme si el resto de mis amigos me seguían; apenas crucé la ventana vi que muchos agentes, como veinte, habían entrado a la fábrica con sus armas apuntando como si fuéramos criminales de mala calaña. Asumo que no me vieron, y si lo hicieron, me dejaron escapar porque no tenían ganas de perseguirme; igualmente, no miré atrás. Tuve la certeza de que fui el único que pudo salir allí.
Di un par de vueltas y al rato pasé por el frente de la fábrica. Vi que muchos de mis amigos estaban esposados. Los subían a los camiones policiales. Lo vi a Juanito, empujado por dos gigantescos guardias, que se quejaba de algún dolor en las costillas. A Ponciano, al que arrastraban a la fuerza. A Domingo Orellano, que gritaba que había estado en Chicago los últimos dieciocho años y que siempre había pagado sus impuestos, a pesar de no tener permiso para trabajar. Incluso al Mister se llevaron, pobrecito, él nos había ayudado mucho, dándonos horas extras, a veces, dejándonos dormir en la fábrica cuando las cosas iban mal y necesitábamos ahorrar dinero. Ahora todos a la cárcel, y después, para la mayoría, la deportación.
Hice la cuenta mental de cuánto tiempo me tomaría llegar a mi casa, pero en el bus, no sería en menos de una hora y media. Seguro que Juanito, mi compañero de cuarto, diría dónde vive y allí me estarían esperando con armas, esposas, y orden para la deportación. No les iba a dar esa oportunidad, apenas tenía unos dólares en la casa que no me servían de mucho, y unas pocas ropas viejas que no tenían valor. Sólo me preocupaba la foto de mi madre, pero los agentes no se iban a fijar en eso. Iban a revisar nombres, direcciones y posibles contactos que pudiéramos tener. Como si hubiésemos venido a robar o a llevarnos lo que no era nuestro. La locura se les iba a pasar después de unos días, dos, tal vez tres; luego podría volver al departamento a recoger mis cosas, y buscar otro trabajo y algún lugar dónde vivir.
Decidí irme después de que se llevaron a todos, ninguno de ellos ya contaba, en cuestión de días estarían todos en sus países de origen, planeando cómo volver a entrar de nuevo a este país. Yo sé que muchos, en menos de dos meses, estarán de vuelta, viviendo en las mismas casas donde viven ahora, y hasta quizás trabajando en la misma fábrica del Mister. Así es como las cosas funcionan por aquí.
No supe qué haría durante ese tiempo de espera. No tenía a dónde ir. Agradecí que no estuviéramos en invierno, podría morir congelado en alguna de esas noches de nieve. 
Recordé que desde que llegué a los Estados Unidos, había escapado muchas veces. La misma primera noche, en el desierto de Arizona, los agentes federales nos cercaron y entre la confusión y la oscuridad corrí hasta que no me dieron las piernas. Una pareja de mejicanos que encontré en el camino me acercó a Los Ángeles, allí tenía un primo que me ayudó a instalarme y a conseguir un trabajo en un restaurante. Y las cosas hubieran ido bien, si no fuera por esa pandilla que vendía drogas en el barrio. Querían que les comprara sus porquerías o les pagara protección; querían dinero de cualquier manera. Una noche en la que estaban borrachos o drogados, me pararon y me amenazaron con sus armas. Me asusté como si hubiera visto al mismo diablo. Corrí sin parar, me metí en una casa y pasé por entre medio de una familia que me gritaba cosas que no pude entender. Un disparo sonó distante pero fue como si me empujara a correr más rápido y más lejos. Ellos sabían dónde vivía. ¿Cuánto tiempo podría escaparme de ellos? Recogí mis cosas y sin despedirme de mi primo partí hacia Chicago, donde estaba Juanito, mi amigo de la infancia.
La noche llegó pronto, en esta ciudad siempre el sol parece escarparse del día. Aparecí sin proponérmelo en el Lakefront, la autopista frente al lago, y bajo uno de sus puentes, vi un grupo de personas que se aprestaba como si estuvieran de campamento. Organizaban camas en las aceras del camino, justo debajo de la autopista. Aquí los llaman homeless, los sin casa, en mi país los llamamos vagos, sin vueltas.
Había escuchado que eran un grupo cerrado y, a veces, violento cuando se los molestaba. Vi que algunos tipos se calentaban las manos alrededor de una hoguera, aunque no hacía frío; quizás lo hacían por costumbre, o para cocinar algún pedazo de carne; alguna paloma que hubieran cazado, o quizás algún pato o ganso de los que suelen andar por el parque. Estaban muy metidos en lo suyo, se reían a carcajadas, arqueando el cuerpo y se pasaban una botella envuelta en una bolsa de papel.
Todos vestían más o menos igual, pantalones de varias tallas más grandes de las que deberían usar y chaquetas sucias con remiendos por todos lados. Los cabellos revueltos como si recién se despertaran, a pesar de ser ya entrada la noche. Vi también que, cruzando la calle, en la acera de enfrente, un hombre alto y excedido de peso, apoyaba una mano contra la pared y con la otra buscaba algo en sus pantalones; a ver el chorro de orina resbalándose por la pared del puente, me di cuenta de lo que había estado buscando. A pesar de estar varios metros alejado de aquel sujeto, me pareció que todo aquel espacio olía a orines. 
Me llamó la atención la diversidad de gente que había en aquel grupo, tanto blancos como negros, hombres y mujeres de todas las edades. Algunos vestían ropas militares y otros largas barbas blancas del tipo de Papá Noel, aunque sucias y descuidadas.
Una mujer recién llegada de quién sabe dónde, traía un carro de supermercado lleno de distintas porquerías. No pude distinguir qué era cada cosa, pero al menos vi una manta, muchos cartones, y de una caja sacó un paquete con unos panes. Con la delicadeza única que tienen las mujeres, armó una cama tan pronto como había llegado. Extendió los cartones sobre el piso, en posición perpendicular a la pared, extendió tres cobijas que si bien se notaban sucias, parecían poder abrigarla durante una noche de invierno. Sacó del carro una almohada que no había visto, quizás porque estaba oculta detrás de los cartones. Se sentó sobre su cama y acercó la caja con los panes. 
Reconozco que yo ya tenía hambre, y el verla comer esos panes me hizo pensar en que no tenía dinero ni para comer. Hubiese aceptado alguno de esos panes sin preguntar de dónde venían ni que tan frescos eran. 
Un hombre se acercó a la mujer y le dijo algo que no pude entender, pero al no tener respuesta, gritó que le diera los panes de una manera que retumbó en todo aquel lugar como si hubiera sido un trueno. Como la mujer no se los daba, el hombre decidió arrebatárselos. Y después de un breve forcejeo, le quitó el pan que la mujer estaba comiendo y la caja con el resto de los panes. La mujer gritó mas fuerte que el hombre pero nadie respondió a sus gritos. Los demás vieron qué había sucedido, pero nadie hizo nada. Siguieron tan ausentes como lo habían estado durante todo el tiempo que los estuve observando.
La situación me llenó de furia.
Como no estaba muy lejos de aquella mujer me acerqué desde la rampa donde estaba sentado y, sin darle una posibilidad de explicarse, le di un puñetazo al hombre que cayó casi desmayado, desparramando los panes por el piso.
Los recogí tan rápido como pude, los devolví a la caja donde pertenecían, incluido el que el hombre ya había mordido. Vi que algunos hombres ahora prestaban atención a la escena.
Caminé unos pasos hasta donde estaba la mujer y le di la caja con los panes. Al principió me miró desconfiada, dudando de que lo que le estaba ofreciendo, pero adelanté la caja para que la tomara.
Sin dudarlo, arrebató de mis manos la caja al mismo tiempo que controlaba la cantidad de panes.
Inocentemente le hice un gesto como para pedirle uno, pensé que en gratitud me lo ofrecería. Pero no fue así.
Me gritó algo que no comprendí, en una mezcla de desesperación y enojo. Vi a los demás hombres que ya estaban más cerca y decían cosas que no sonaban amistosas. También me empezaban a llegar los insultos del tipo que se reincorporaba del piso, y de alguien que lo ayudaba a levantarse.
Quise explicar lo que sucedía. Que sólo quería ayudar pero nadie parecía dispuesto a escuchar. Retrocedí a fuerza de los gritos, los de la mujer y los de aquella multitud que me hacía sentir foráneo en el mundo. Ni siquiera la mujer a la que había ayudado daba una palabra por mí.
Cuando un moreno alto se me abalanzó, me eché a correr. Ya se me estaba haciendo una costumbre. Lo hice sin detenerme, sin mirar atrás y pensando en aquellos malditos panes. 

lunes, 1 de septiembre de 2014


Tiresias, una revista, una visión transnacional

Fernando Olszanski Publicado 2014-09-01 en El Béisman

Me ha llegado el número uno de la revista Tiresias y a medida que abro sus páginas, descubro que su propuesta va más allá de un mero accidente geográfico. Leo la procedencia de sus editores y noto varias nacionalidades, diferentes edades, pero con la idea punzante de mostrar una literatura amplia e inclusiva de todos los géneros. La idea general viene de un punto cultural del norte de México, como lo es Ciudad Juárez, pero su visión transnacional le da una proyección que abarca todo el espectro del mundo hispano, incluso en aquellos lugares donde el español no es la lengua dominante.
El nombre Tiresias, que proviene de un personaje de la mitología griega, es de alguna manera prometedor e intrigante a la vez. Como la nota editorial nos marca, “Tiresias fue un hombre y mujer ciego por su pecado de soberbia, como juzgarían sus mayores, tiene el don de mirar más allá, hacia el futuro...” Y esta es una definición fascinante para un emprendimiento literario, mostrar nuevas tendencias y estar abiertos a lo que sucede en el ambiente cultural. El hecho de que Tiresias haya sido hombre y mujer a la vez, nos conlleva a la idea de analizar varias posturas, la de ampliar la visión literaria hasta los horizontes donde ésta nos lleve. Parece una propuesta punzante, pero también necesaria para los tiempos que vivimos. La cultura sigue siendo de alguna manera local y regional en un mundo globalizado. Aún necesitamos saber de esos pequeños mundos escondidos, como el Macondo de García Márquez o la Santa María de Onetti.
El formato también es algo que merece atención. No es la presentación tradicional, sino que es un formato de manifiesto, casi como un mapa, y ese acercamiento, de dieciocho páginas por lado y dieciocho por el otro, que si bien no son muy largas, nos trae un contenido profundo y dedicado. Y ya que mencionamos el contenido, casi todos los géneros están representados: poesía, cuento, ensayo, entrevista, e incluso una sección para el arte visual y la traducción. La cantidad suficiente como para saciar todos los paladares. Si consideramos este formato como un mapa, como mencionamos antes, debemos usar el verbo explorar como base de navegación por sus páginas, y desde la primera página nos encontramos con un ensayo de Enrique Serna donde hace un análisis de algunas tendencias culturales y su acercamiento a las masas y de las posibilidades del intelectualismo popular. Nos encontramos también una sección dedicada a notables poetas escandinavos traducidos la español de la mano de Denis Gómez García.
La dirección editorial de la revista está a cargo de Azucena Hernández, Daniel Ballesteros, Diego Ordaz, Jair Tapia y Rafael Álvarez. Sin dudas Tiresias es un proyecto ambicioso que cubre una buena porción del pensamiento y cultura del continente americano. No es una tarea fácil la que se han propuesto, pero sin dudas era necesario hacerla. El número uno de Tiresias es promisorio, los augurios de calidad están garantizados no solo por la pasión de hacer algo nuevo y diferente que ofrecen sus editores, sino por la intelectualidad y preparación académica que estos jóvenes están ofreciendo a un continente hambriento de una revolución del pensamiento. Ya espero el número dos. Que así sea.
Fernando Olszanski. Escritor argentino, autor de El orden natural de las cosas. Es editor de la Revista Consenso, de la Northeastern Illinois University. 

jueves, 8 de mayo de 2014

La superposición de las Marías, cuento


LA SUPERPOSICIÓN DE LAS MARÍAS


Escondido detrás de un libro y de un par de gafas de sol, miro de reojo todo lo que sucede en la piscina. No me preocupa que alguien pueda ver la dirección en la que observo, las gafas me protegen mientras no mueva la cabeza y delate hacia dónde estoy mirando.
Hay muchas cosas para mirar. La piscina está en el centro del complejo donde vivo, rodeada de apartamentos y plantas artificiales que le dan aspecto de oasis patético. Me llama la atención la gente que se asoma en los balcones y tira las colillas de los cigarrillos donde no debería, los jubilados que discuten en voz alta las instancias de un juego de dominó, algún caballero que muestra cómo le cuelga la panza por encima del traje de baño, los niños que saltan, gritan, y salpican con agua a los demás, y por supuesto, alguna señorita que valga la pena mirar. Para eso vengo. Para descansar, tomar algo de sol, y ver en la gente que me rodea a los personajes de esa novela que tengo en la cabeza desde hace más de doce años. En realidad, a los personajes ya los tengo, porque surgieron de un hecho que viví en Buenos Aires, antes de mudarme a Los Ángeles y que me empujaron a abandonar todo. Los personajes son tres, yo soy uno, el otro se llama Julián, y su novia, María. Las circunstancias que los tres vivimos son una novela sin ficción, demasiado real como para obviarla y dejarla en el olvido. Pero sé que escribirla sería como volver a vivir todo aquello, con los momentos de esperanza y con la amargura final del exilio.
Confieso que no sé cómo empezar esa novela, o no sé cómo escribirla, o no sé cómo terminarla. Porque me hubiese gustado que todo fuera diferente.
El observar a la gente que me rodea me da pautas para disfrazar a los personajes. Busco gestos, tonos de voz, actitudes y formas de caminar. Cualquier cosa que encuentre en los demás y que despierte los pensamientos que temen surgir. Eso es lo que he hecho en los últimos doce años, observar; buscar no sé qué, en no sé quién, lo que no sé cómo diré.
Aunque ahora me he dado cuenta de que, desde hace tres días, el observado soy yo.
El primer día tan sólo cruzamos miradas de ¿quién será? El segundo, me saludó con un buen día y se sentó en la reposera a tomar sol, justo frente a mí con la piscina de por medio. Empecé a observarla porque me ella observaba, y porque sus ojos eran negros, y su cabello también, y era largo y espeso, y le llegaba hasta más allá de los hombros. Como a María.
Sí, le vi también el cuerpo adolescente, pero firme, ese traje de baño de dos piezas, blanco y sugestivo, la gracia de sus muslos, la mirada con la cabeza baja, con los ojos escondidos entre los cabellos, pero intensa, muy intensa. Como la de María.
Alguien la llamó ayer por el nombre, creo que la madre, así supe su nombre. María Celeste. Ella contestó con fastidio mientras me miraba. Quizá supo que la estaba observando detrás de mis gafas negras, o quizá no supe esconder mi mirada o no quise hacerlo, porque estudiaba sus facciones, las cejas gruesas, la boca carnosa, la decisión de sus movimientos. Igual que María.
Hoy, cuando llegué a la piscina, ella ya estaba nadando, y lo primero que vi, fue su cuerpo saliendo del agua, lentamente, sin sacudirse. Con el agua cayéndole por la cara y el cuerpo, recorriéndola de pies a cabeza, y sus ojos estudiándome a través de sus densos cabellos. Como María, la última noche que pasamos juntos en aquel hotel de mala muerte.
Estaba algo lejos como para saludarla, pero ambos nos dimos cuenta de la presencia del otro. Fue magnético.
Ella se zambulle otra vez y nada despacio debajo del agua. Cada vez que se asoma a la superficie para respirar, balancea el cuerpo para sumergirse, dejando expuestas las caderas perfectas antes de entrar lentamente debajo del agua. Ya no me preocupa si me ven mirando. Sé que otros la ven también, porque es demasiado vistosa; imposible no asimilar sus movimientos de sirena. Aunque no la catalogaría como tal, porque las sirenas no tienen caderas, ni muslos, ni caminan tan seguras como lo hace esta María. Como lo hacía aquella María.
El recordar a María me trae sentimientos encontrados; por un lado, me llena de vida repasar el único momento de mi triste existencia en que me sentí hombre en el sentido completo de la palabra, el momento en que una mujer puede moldear con sus propias manos dentro del pecho masculino y darle sentido al caos interno. Pero al mismo tiempo, me hizo sentir tan miserable y tan ruin como es un traidor.
Por eso me fui de Buenos Aires, mientras otros aquí son refugiados de alguna guerra de por ahí, o buscan un futuro en una economía diferente, yo vine a ocultarme, y a encontrar en el espejo una imagen diferente a la que encontraba en mi ciudad.
Allí no podía verme a mí mismo, ni a mis padres, y menos a Julián, que después de todo es mi hermano.
Quisiera decir que me fui por amor, o por honor, o por respeto. En el único término que puedo pensar es cobardía.
María se me acerca y con esa desfachatez que tienen los adolescentes me pregunta si hablo español. Sé que se dio cuenta de ello por el libro que tengo en la mano, y le digo de donde soy y ella me dice con un inconfundible acento que es colombiana. Su voz es lejana en la memoria, pero poderosa y firme en el presente. Mis ojos la escuchan mientras viajan entre su rostro y las oscuras aureolas de sus pechos que contrastan con el blanco de su traje de baño y me señalan.
No hay mucho que pueda decir sobre cómo empezó aquello con María, partiendo de que Julián la trajo a casa un día y así empecé a verla seguido, hasta que un día pasó lo que pasó, y no dejó de pasar, hasta que Julián hizo una broma sobre nosotros dos. Y vi en las palabras de Julián algo más que una broma. Algo que sólo los hermanos pueden sentir. Porque sus ojos me miraron a mí, y no a ella.
Entonces me fui.
María me habla del sol, del calor, y de que quiere zambullirse en la piscina otra vez.
Yo sonrío. María sonríe y me saco las gafas oscuras para ver su color real y su mirada sin límites.
Tal vez estaba equivocado con respecto a la novela y a los personajes, tal vez la novela no había terminado, o no había empezado, o estaba en una transición; tal vez nunca me había ido de Buenos Aires y la pensé allá, o tal vez siempre había estado en Los Ángeles creando el espacio para vivirla en lugar de escribirla. Tal vez María nunca existió, o tal vez María siempre estuvo aquí esperando a que llegara. No sé cual de las Marías inventó a la otra.
El sol de California arde en la piel, tal vez el agua no sea una mala idea. Me zambullo. Puedo sentir la diferencia de temperatura, puedo percibir la suavidad de un mundo distinto. El mundo donde habita María.

domingo, 6 de abril de 2014

De cuervos y flores, cuento


De cuervos y flores

No paraba de contar los cuervos posados en los
cables. No puedo decir que los contaba realmente; parecían
incontables. Hileras de cuervos a lo largo del camino, todos
instalados en postes y cables. Todo el camino, de Chicago a
Montreal, escoltados por una guardia de cuervos. Tan negros,
tan enigmáticos, tan funestos.
Clemente conducía hipnotizado. No quitaba la vista del
horizonte, como si en realidad no viera nada frente a sí, sino
algo abstracto y sin dimensiones. Creo que el calor lo tenía a
mal traer, a pesar de las ventanas bajas y del ventilador del auto,
el verano nos castigaba sin misericordia.
Nos escapamos de Chicago por el calor, a pesar de las
exigencias del estudio. Deseábamos que Montreal estuviera
algo más fresco, al menos con una brisa reparadora. La ruta no
alentaba, nos estábamos calcinando. Por eso y por algo más, al
menos yo: la carta de mi padre que guardaba en un bolsillo.
Los incontables cuervos permanecían inmutables,
firmes en sus cables y postes a pesar del sol y del calor.
“Querido hijo:
Hoy sabes lo que es enfrentarse solo al
mundo. Quisimos darte esa oportunidad,
tu madre y yo. Esperamos mucho de ti, de
quién si no. Hemos invertido nuestros mejores
años en tu formación. Sabíamos que nuestro
pequeño ambiente no te mostraría el mundo;
personalmente, creo que tampoco el nombre de
una universidad ayuda si no sabes qué hacer
con ello. Igualmente, hicimos un esfuerzo
para enviarte al extranjero y que termines tu
educación allí.
Pronto regresarás como un profesional, pero
más que eso, esperamos que vuelvas como tú
mismo pero siendo otro, con un nuevo equipaje
y con algo para ofrecernos. Tú sabrás qué
podrá ser. Esperamos, tu madre y yo, que estés
a la altura de las circunstancias. Eso esperamos
de ti.
Más de lo mismo, habrá sido una pérdida
de tiempo.
Tu padre.”
Nos alojamos en una residencia universitaria. Las
habitaciones eran como las celdas de una colmena. El calor
de la estructura multiplicaba la temperatura. Un enjambre de
concreto y sin ventilación. Al menos, el precio era razonable.
De a ratos, se escuchaban chillidos de cuervos, pero no se los
veía. Era fácil imaginarlos camuflados en los árboles de los
alrededores.
La ciudad estaba bien conectada por el Metro, pero
preferimos el bus. De paso, podríamos ver la ciudad y los
barrios. No nos arrepentimos de dejar el auto; después de todo,
era un fin de semana para despejarnos de las presiones.
Ninguno de los dos hablaba francés, pero sabíamos que
en todos lados el personal era bilingüe, no como en el resto
de Canadá. Nuestra única preocupación era cómo afrontar
una conquista, sería gracioso que nos mandaran al demonio en
francés sin siquiera darnos cuenta.
La tarde se había puesto formidable, fresca y con mucha
gente en la calle, paseando, bebiendo, disfrutando. Regresamos
entrada la noche, estábamos cansados y nuestras cabezas daban
vueltas por las copas de más.
Si bien la ciudad nos tenía impresionados por la belleza,
al otro día nos movilizamos con el Metro, otro punto de vista,
uno subterráneo y subjetivo. Bajamos en la Place des Arts, justo
frente del Museo de Arte Moderno. La fachada no decía nada,
pero los dos nos creíamos tipos de cultura; por ende, debíamos
ir a pesar de no entender nada de arte.
No nos causó gracia pagar los siete dólares de la entrada.
Creo que en la mirada que nos cruzamos nos preguntamos si
realmente valía la pena gastar ese dinero. Ninguno de los dos se
atrevió a decir que no. A veces el orgullo nos juega una mala
pasada.
A través de los cristales de la puerta, pude ver cómo dos
cuervos de un negro casi azul se posaban en las ramas de un
árbol. Parecían esperar que algo sucediera.
La muestra empezaba con obras surrealistas. Los cuadros
tenían manchas negras y blancas de diferentes aspectos. Los
nombres eran sugestivos, un cuadro inmenso con el único
dibujo de dos líneas horizontales: una blanca, la inferior, y
otra negra, la superior; ocupando mitades iguales. Se llamaba
Metamorfosis. Me sentí estúpido al no entender ese tipo de
arte. Ninguno de los dos hacía comentarios sobre las obras.
Creo que pensábamos al unísono en los siete dólares de la
entrada.
Había salas de fotografías y esculturas, o seudo
esculturas, porque parecían amontonamientos de fierros viejos
en un desorden programado.
Una puerta lateral conducía a los jardines, salimos a
fumar. Clemente mintió diciendo que le gustaba el museo.
Hipócritamente, dije que a mí también.
Al encender el cigarrillo, me distrajo el chirrido de un
cuervo que no alcancé a ver. Por primera vez sentí fastidio.
Busqué con los ojos el lugar donde el pajarraco podría estar
escondido. Esa sensación de desnudez, de ser mirado y no saber
por qué, me hacía sentir incómodo. Involuntariamente, apreté
la mandíbula, la boca se me llenó de saliva, la lengua hacía
movimientos abruptos como nadando en medio de un líquido
espeso. No lo podía ver, pero lo sabía oculto.
Clemente me devolvió a la realidad hablándome de una
flor. “Son dos flores en una. Una flor dentro de otra”, dijo sin
dejar de apuntar con los dedos que sostenían el cigarrillo.
Desde cuándo le interesan las flores a este depredador
de botellas de cerveza, me pregunté.
“Una flor dentro de otra”, repitió sin dejar de mirarla.
Finalmente, me acerqué a ver esa flor.
Tenía razón, era una flor diferente. Nunca había visto
nada similar. Llamaba la atención por sí sola, por su variedad de
colores, y por su falta de perfume que sugería mucho más de lo
que mostraba.
Podría describirla ambiguamente, en forma imperfecta.
Esa sensación de sorpresa abrumadora mezclaba mis sentidos,
confundiéndolos, evitando que fuera certero al elegir las
palabras.
Era grande. Del tamaño de una taza de café con leche,
de largos pétalos de color violeta, un violeta suave, para nada
agresivo a los ojos. Los pétalos eran semejantes a los de la
margarita, pero más grandes, más densos, más consistentes.
Salían como a borbotones, agrupados o amontonados, pero
en cantidad exagerada. En el centro era hueca, hueca y
profundamente púrpura, una cavidad que caía hacia su interior,
y desde allí se proyectaba en forma de torreón. En Botánica
existe un nombre para esa formación, un nombre que no
conozco, pero por la fuerza y la magnitud con la que se abría
paso, tuve que llamarla torreón. Desde las paredes de esa
fortaleza, se desprendían filamentos de un violeta más oscuro,
como miles de pequeñas flores pujando por respirar. En la cima
del torreón, diminutos brotes amarillos, delicados, exhaustos
retoños desarmados en sus puntas en direcciones diferentes.
Una flor dentro de otra flor.
Vida gestando vida, dije involuntariamente. Estaba
asombrado por los colores, por su forma y tamaño y por la falta
de perfume que la hacía más inexplicable.
Un mareo me hizo trastabillar. Una pérdida de
balance de mi cuerpo movió al mundo y me desubicó de las
dimensiones de la realidad. Fue como una náusea tratando de
expandirse más allá de los límites del cuerpo. Algo punzante
desde adentro hacia fuera. Algo tan súbito, que como llegó, se
fue.
Quedamos con Clemente en averiguar el nombre de la
flor. Ni el guardia, ni la gente de maestranza lo conocían. En la
oficina principal nos dieron el nombre de la persona que había
preparado el jardín. Un comerciante de la Rue St. Dennis, a
unas veinte cuadras del museo. Clemente objetó la distancia y
dijo que no valía la pena.
Yo no pensaba lo mismo.
La idea de “vida gestando vida”, me daba vueltas
en la cabeza. Auto gestación. Una vida dentro de otra vida.
Inmortalidad. Dios explicando el camino de la creación.
Darwin sarcástico a la hora de la evolución. Un idiota
obsesionándose con una flor.
Llegué al lugar transpirado y agitado. La indiferencia de
los empleados me notificaba que el autor del diagrama de flores
había muerto. Estúpidamente, traté de explicar cómo era esa
flor. Nadie la conocía, nadie la recordaba, nadie nada.
Me sentí mal otra vez y salí de aquel lugar.
Al dejar de caminar sin sentido, en un lugar que no
conocía, vi hileras de cuervos esperando mi paso. Mi mano aún
sostenía el estómago. No me dolía, tan sólo era una memoria
del dolor anterior. La frase “Vida gestando vida” vino a mi
mente. La forma de la flor llegó como una visión aletargada,
sólida, profética. Fue fácil darme cuenta del sentido de todo. La
Metamorfosis y los colores ásperos. La regeneración. La carta
de mi padre exigiéndome ser distinto al que dejó el hogar, que
finalmente madure y tome mi lugar en el mundo. La preñez de
uno mismo.
Tenía vida dentro mí. Vida a la que podría darle un
destino, ponerme “a la altura de las circunstancias”, a ofrecer lo
que se esperaba de mí.
Los cuervos empezaron a volar en una bandada
espontánea y concisa.
Ninguno de ellos se preocupó por mirar atrás.