Bloggear o no bloggear...

...he aquí la cuestión. Me propongo desde este espacio publicar cada tanto algunos comentarios, artículos, opiniones sobre la realidad del latino en Estados Unidos, pero sin olvidarme que ante todo soy latinoamericano y lo que sucede en el continente afecta a todos los que estamos aquí. La frecuencia de publicación será bastante irregular, pero será de alguna manera activa y persistente. También haré una recopilación de artículos pasados y que ya fueron publicados en otros lugares pero que no dejan de ser actuales. Ojalá me ayuden con sus comentarios. Aquí vamos pues...

viernes, 7 de diciembre de 2012

Vudú, cuento


Vudú

Pobre Negro. No puedo dejar de sentirme culpable por lo que pasó. Todo fue tan accidental, tan histérico, tan colectivo; sin comerla ni beberla la pagó él. Sé que no tengo responsabilidad alguna, pero me duele. Pobre Negro. 
El último día de vacaciones busqué regalos para mis amigos. Quería algo sorprendente, algo que pocas veces se hubiera visto. Hasta que los encontré, esos sórdidos muñecos vudú. ¡Qué más tradicional en New Orleans que el vudú! Horriblemente hechos de paja, vestidos de azabache desgastado y con la cara pintarrajeada, casi sin forma. Es cierto que sus brazos extendidos daban idea de estar crucificados; reconozco también, que sus facciones eran de un luto sombrío, y que sus cabellos pajosos, lucían siniestros como una calle oscura a media noche. Accedería a decir que su forma de cadáver disuelto, podría estremecer las uñas de los pies, aunque éstas se encontraran pintadas. Pero es válido aclarar que todos ellos poseían una leyenda donde se leía: Made in China; garantía suficiente para declararlos libres de cualquier maldición. 
Lo cierto es que el primer día de vuelta al trabajo, le di al Gordo uno de los muñecos. Recibió ese regalo especial porque es uno de mis mejores amigos. Le pareció original, grotesco, divertido. Me complací de sorprenderlo. Podía retirarme tranquilo. De ahí en más lo que sucediera, escapaba a mis posibilidades.
El turno tarde se encontraba cumpliendo sus faenas ordinarias. En el primer descanso, el Gordo, que era el jefe, se juntó con algunos de los supervisores a tomar mate. Allí se encontraba el Jabalí González, hombre de probadas supersticiones. Me imagino qué le habrá dicho: ¿Cómo podés aceptar algo como eso? Tal vez tenga algún trabajo para hacerte un daño, o para que pierdas el trabajo". Seguramente, el mismo Jabalí se habrá encargado de esparcir la novedad. En una fábrica, el chusmerío es una actividad profesional, casi devocional. Pronto se enteró el Chivo Benítez, oriundo del campo entrerriano y buceador de fábulas increíbles; consintió apoyado por sus experiencias, que el mismo Mandinga utilizaba esos elementos. El Gordo se empezaba a afiebrar con las versiones. Si bien su mente estrictamente técnica le impedía creer en tales cosas, la abundancia de relatos afines, hacía tambalear cualquier pensamiento racional. No faltó tampoco el Bocón Sandoval, que afirmó que la brujería estaba de por medio, calentando aún más la cabeza de su superior. El Gordo no se decía supersticioso, pero con la vorágine de creencias extrañas, y con las historias escalofriantes que le relataban, no sólo no quería tocarlo, estaba decidido a deshacerse del demoníaco instrumento. Lo ofreció a quien lo quisiera, pero el personal estaba sobre aviso, cuando se acercaba, juguete en mano, se espantaban argumentando alguna estupidez. A su casa no podía ir con tal elemento. Entonces en un gesto magnánimo de su parte, decidió donarlo a un solitario clavo del depósito de limpieza. Pero surgió un inconveniente. El Patón Brambilla, encargado del sector, tenía sus llaves pendiendo de aquel clavo. Al ver que el supuesto maldito colgaba del mismo lugar, no se atrevió a acercarse no sin un guante de policloruro de vinilo de alta densidad, con superficie rugosa, que aseguraba bastante aislación contra todos los males del planeta. 
El comadraje fue levantando ebullición. El nerviosismo en el murmullo se notaba hasta en los guardias de seguridad. Se formó una comitiva para solicitar en forma unánime al Gordo, que en pleno uso de sus facultades de jefe, hiciera desaparecer aquel artefacto infame. El Gordo se convenció del peligro de ese instrumento maléfico. Lo envolvió en un trapo previamente rociado con vinagre, y salió a la explanada; decidido a sacarse de encima aquello causante de su tortura mental. Encaró el contenedor de basura. En su camino se le cruzó el Negro Ortega. Pobre negro. 
El Negro es uno de los tipos con mentalidad más abierta que he conocido, al ver el muñeco en la mano del Gordo, se lo pidió sin vacilar. El Gordo, en un arrebato de generosidad, no perdió tiempo. El Negro estaba feliz, gustoso de tener una caricatura parecida a él. Sin demora lo llevó a su oficina. Le puso unas monedas en la bolsita amarilla del muñeco, según dijo para la suerte. Desarticuló un viejo almanaque para que el nuevo souvenir ocupara un lugar de privilegio.
En la fábrica los ánimos se fueron calmando, se escucharon suspiros de alivio por todos los rincones.
Pasó una semana y el Negro fue llamado a la oficina de Personal, allí le informaron del cese de sus funciones dentro de la empresa. Éste, apesadumbrado, olvidó el muñeco colgado. Es comprensible. Alguna mano anónima ayudó a que desapareciera el juguete al otro día, sin dejar rastros.
Algunos malintencionados, sugirieron la fatalidad del vudú.
Me enteré de los sucesos por una voz ajena. Me indigné. Me sentí avergonzado. Triste por lo del Negro. Creo que al Negro le tiraron la desgracia encima, entre todos, deseando que algo le ocurriera, para comprobar sus teorías capciosas. La mala onda la recibió de la gente, aunque culparon al pobre muñeco vudú "Made in China". En la histeria colectiva, siempre cae un inocente. Me hizo recordar a Salem y sus historias de brujas. Aún conservo otros dos muñecos que había comprado. Tendré que pensar bien a quién se los regalo.
Pobre Negro.

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