Bloggear o no bloggear...

...he aquí la cuestión. Me propongo desde este espacio publicar cada tanto algunos comentarios, artículos, opiniones sobre la realidad del latino en Estados Unidos, pero sin olvidarme que ante todo soy latinoamericano y lo que sucede en el continente afecta a todos los que estamos aquí. La frecuencia de publicación será bastante irregular, pero será de alguna manera activa y persistente. También haré una recopilación de artículos pasados y que ya fueron publicados en otros lugares pero que no dejan de ser actuales. Ojalá me ayuden con sus comentarios. Aquí vamos pues...

viernes, 7 de diciembre de 2012

Vudú, cuento


Vudú

Pobre Negro. No puedo dejar de sentirme culpable por lo que pasó. Todo fue tan accidental, tan histérico, tan colectivo; sin comerla ni beberla la pagó él. Sé que no tengo responsabilidad alguna, pero me duele. Pobre Negro. 
El último día de vacaciones busqué regalos para mis amigos. Quería algo sorprendente, algo que pocas veces se hubiera visto. Hasta que los encontré, esos sórdidos muñecos vudú. ¡Qué más tradicional en New Orleans que el vudú! Horriblemente hechos de paja, vestidos de azabache desgastado y con la cara pintarrajeada, casi sin forma. Es cierto que sus brazos extendidos daban idea de estar crucificados; reconozco también, que sus facciones eran de un luto sombrío, y que sus cabellos pajosos, lucían siniestros como una calle oscura a media noche. Accedería a decir que su forma de cadáver disuelto, podría estremecer las uñas de los pies, aunque éstas se encontraran pintadas. Pero es válido aclarar que todos ellos poseían una leyenda donde se leía: Made in China; garantía suficiente para declararlos libres de cualquier maldición. 
Lo cierto es que el primer día de vuelta al trabajo, le di al Gordo uno de los muñecos. Recibió ese regalo especial porque es uno de mis mejores amigos. Le pareció original, grotesco, divertido. Me complací de sorprenderlo. Podía retirarme tranquilo. De ahí en más lo que sucediera, escapaba a mis posibilidades.
El turno tarde se encontraba cumpliendo sus faenas ordinarias. En el primer descanso, el Gordo, que era el jefe, se juntó con algunos de los supervisores a tomar mate. Allí se encontraba el Jabalí González, hombre de probadas supersticiones. Me imagino qué le habrá dicho: ¿Cómo podés aceptar algo como eso? Tal vez tenga algún trabajo para hacerte un daño, o para que pierdas el trabajo". Seguramente, el mismo Jabalí se habrá encargado de esparcir la novedad. En una fábrica, el chusmerío es una actividad profesional, casi devocional. Pronto se enteró el Chivo Benítez, oriundo del campo entrerriano y buceador de fábulas increíbles; consintió apoyado por sus experiencias, que el mismo Mandinga utilizaba esos elementos. El Gordo se empezaba a afiebrar con las versiones. Si bien su mente estrictamente técnica le impedía creer en tales cosas, la abundancia de relatos afines, hacía tambalear cualquier pensamiento racional. No faltó tampoco el Bocón Sandoval, que afirmó que la brujería estaba de por medio, calentando aún más la cabeza de su superior. El Gordo no se decía supersticioso, pero con la vorágine de creencias extrañas, y con las historias escalofriantes que le relataban, no sólo no quería tocarlo, estaba decidido a deshacerse del demoníaco instrumento. Lo ofreció a quien lo quisiera, pero el personal estaba sobre aviso, cuando se acercaba, juguete en mano, se espantaban argumentando alguna estupidez. A su casa no podía ir con tal elemento. Entonces en un gesto magnánimo de su parte, decidió donarlo a un solitario clavo del depósito de limpieza. Pero surgió un inconveniente. El Patón Brambilla, encargado del sector, tenía sus llaves pendiendo de aquel clavo. Al ver que el supuesto maldito colgaba del mismo lugar, no se atrevió a acercarse no sin un guante de policloruro de vinilo de alta densidad, con superficie rugosa, que aseguraba bastante aislación contra todos los males del planeta. 
El comadraje fue levantando ebullición. El nerviosismo en el murmullo se notaba hasta en los guardias de seguridad. Se formó una comitiva para solicitar en forma unánime al Gordo, que en pleno uso de sus facultades de jefe, hiciera desaparecer aquel artefacto infame. El Gordo se convenció del peligro de ese instrumento maléfico. Lo envolvió en un trapo previamente rociado con vinagre, y salió a la explanada; decidido a sacarse de encima aquello causante de su tortura mental. Encaró el contenedor de basura. En su camino se le cruzó el Negro Ortega. Pobre negro. 
El Negro es uno de los tipos con mentalidad más abierta que he conocido, al ver el muñeco en la mano del Gordo, se lo pidió sin vacilar. El Gordo, en un arrebato de generosidad, no perdió tiempo. El Negro estaba feliz, gustoso de tener una caricatura parecida a él. Sin demora lo llevó a su oficina. Le puso unas monedas en la bolsita amarilla del muñeco, según dijo para la suerte. Desarticuló un viejo almanaque para que el nuevo souvenir ocupara un lugar de privilegio.
En la fábrica los ánimos se fueron calmando, se escucharon suspiros de alivio por todos los rincones.
Pasó una semana y el Negro fue llamado a la oficina de Personal, allí le informaron del cese de sus funciones dentro de la empresa. Éste, apesadumbrado, olvidó el muñeco colgado. Es comprensible. Alguna mano anónima ayudó a que desapareciera el juguete al otro día, sin dejar rastros.
Algunos malintencionados, sugirieron la fatalidad del vudú.
Me enteré de los sucesos por una voz ajena. Me indigné. Me sentí avergonzado. Triste por lo del Negro. Creo que al Negro le tiraron la desgracia encima, entre todos, deseando que algo le ocurriera, para comprobar sus teorías capciosas. La mala onda la recibió de la gente, aunque culparon al pobre muñeco vudú "Made in China". En la histeria colectiva, siempre cae un inocente. Me hizo recordar a Salem y sus historias de brujas. Aún conservo otros dos muñecos que había comprado. Tendré que pensar bien a quién se los regalo.
Pobre Negro.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Escapando, poema


Escapando

agoto oraciones al horizonte
pero ninguna de ellas decide por mí
no hay quién escuche al otro lado de mi voz

mis verdades son huérfanas
mis recuerdos culpables

todo en mí despierta el mórbido deseo de matar
este vacío cubierto de vacío
este silencio rodeado de silencio
para no desfallecer delante del ocaso
me desespero aún más
y en la desesperación
habita un cadáver
un secreto
y la puerta redentora de los que estamos perdidos

martes, 13 de noviembre de 2012

Sin tacto, poema


Sin tacto

El paraíso ya no está,
si es que alguna vez estuvo.

Vimos caras,
nombres,
mentiras,
que no son recuerdos,
  sino estrías.


Todo sucede (o sucedió) inverosímil,
previsto,
inmune.

Ni nuestros gestos son los mismos (o fueron)
de antes de crecer,
¿crecimos?
(dudamos)

Solo sé que en los perímetros superfluos
lo sólido difiere
                        como calumnia tangible.
(acaso sea sólo vacío)

domingo, 4 de noviembre de 2012

Creencia indecisa, poema


Creencia indecisa

miente
sé que miente a través del entorno
sé que las yemas se aferran
a una rugosidad inestable
sé que todo se mueve en función de mis pasos
y el paisaje se rompe en pájaros que no existen
(o que existieron)

sé que todo se rige por la esporádica alegría del burdel
un baño de melazas y espejismos
un asiduo narcótico poco locuaz

miente tu dios impostor
mi deidad de cera
estoy seguro que miente en los bordes
en los ruidos
en las texturas
en esos pliegues que seducen
a ser absorbidos por el engaño
y por la dulzura falsa del edulcorado

sin embargo (siempre sin embargo)
en el juego de la parabola
y su significado insignificante
en el hecho de envolver heces
en cerebros de cristal
en el vuelo consecuente
de un buitrecisne devoránse vivo a sí mismo 
estafado por el espejo
circunda un espasmo insurrecto
en el doble filo de los sentidos
habrá espadas y pétalos
esperando la idea de cre(c)er o no

miércoles, 10 de octubre de 2012

El bosque de bambú


El bosque de bambú

-No sé si es mi hijo.
Seiji habló desde la proa del bote, no movió ningún músculo para decirlo. Tal vez ni siquiera los de la lengua. Lo dijo como si se lo confesara a las rocas y no a mí, que compartía las gotas de agua salada que nos salpicaban. No dije nada, lo tomé como un pensamiento en voz alta. Pensé en Izumi en la popa, con su embarazo de ocho meses a cuestas, siguiendo al supuesto padre de su hijo hasta la isla, o al menos, hasta el puerto. Cuando empezáramos a rodar por la ruta, se quedaría esperando las cuatro horas que nos tomaría completar la vuelta.
Bajamos las bicicletas del bote y cada uno se preparó para la travesía; sería dura, la ruta era montañosa, con pendientes y viento en contra. Un buen entrenamiento.
De reojo vi a Seiji despedirse de Izumi; apenas la mano apoyada en el hombro.
No estaban casados, ni siquiera eran novios, apenas circunstancialmente amigos. Era evidente que había pasado algo entre ellos, ese algo que despierta calores que no dejan pensar en las consecuencias.
Seiji era un encantador de serpientes, un loco programado para mostrarse loco y usar esa locura como arma de seducción. Increíblemente, su método era infalible. Ya tenía dos hijos con diferentes madres. Y según recuerdo, las dos trataron de sujetarlo con el mismo argumento. Izumi no lo sabía.
La ruta nos desafió con ganas, nuestra paga era el espectacular paisaje de la isla. Playas rocosas, cañadas profundas, un mar muy verde y transparente.
Seiji se detuvo y dejó pasar al resto. Me retrasé para ver si todo estaba bien. Lo encontré mirando un bosque de bambú. Las cañas eran gruesas, espesas. Difícilmente un hombre pudiera pasar entre ellas. La luz, tampoco.
Otra vez sin dejar de observar, dijo algo.
-Mi alma es como ese bosque de bambú.
Esperé que completara la frase, no dijo nada más. Se subió a los pedales y arrancó dando una última mirada al cañaveral. O tal vez a su alma. No sé.
Me quedé mirando el bosque de bambú. Oscuro, impenetrable, incierto. De algún modo se había definido a sí mismo.
Al terminar el circuito, nos premiamos con un Onsen, un baño japonés. Primero, una buena ducha; después meternos en una bañera de agua caliente hasta que la piel aguantara. La musculatura estaba rendida. 
De regreso, Seiji volvió a ser el extrovertido de siempre. Haciendo payasadas, llamando la atención de todos, en especial la de Izumi. Hubo sake para celebrar, bromas en japonés que no podía entender, y bocaditos de arroz llenaron la fiesta.
El bote ya casi llegaba a la marina y Seiji otra vez estaba en la popa, mirando las rocas de la costa. Lo dejé solo. Tenía la misma expresión del bosque de bambú. Oscuro, impenetrable, incierto. 
Cambiaba su estado de ánimo tan rápido como se lo proponía. Era dueño de dos personalidades incompatibles. Cada una se ocultaba de la otra. Tal vez con vergüenza, tal vez con miedo. Sólo él sabía cuál era la verdadera y cuál la ficticia, cuál la duda y cuál la certeza. O tal vez no. 
Las rocas de la costa, no lo delatarían. Yo tampoco.

jueves, 4 de octubre de 2012

Picapedrero, cuento corto


Picapedrero

Levanta la maza y la deja caer contra el adoquín. La maza no golpea el adoquín, sino lo que está en medio. Una piedra. Mira malhumorado la pequeña montaña de piedras que todavía falta por picar para el contrapiso. A pesar del cansancio del trabajo en la fábrica y de la construcción que no se termina, sigue picando. Es su casa, el oasis. 
Levanta otra vez la maza y la deja caer contra el adoquín. Los músculos del brazo le piden un descanso, sucesivos dolores se lo dicen. Se ofusca, la montaña no se desvanece.
Cada vez que golpea el adoquín y la piedra en medio, cierra los ojos. A pesar de los ojos cerrados sigue viendo la piedra y cómo se deshace. No abre los ojos, sabe que la montaña no se ha desvanecido. Respira profundo buscando fuerzas para seguir picando. Después, siente que puede abrir los ojos. 
Evita mirar el rancho. “Es temporario”, dijo tantas veces, pero construir es caro y el metálico no abunda, por eso pica piedras. Todo a la antigua, a mano, a pulmón. Lo temporario se le hace largo, pero no afloja. Está construyendo un oasis. Un oasis de ladrillos, cal y cemento. De reojo, casi accidentalmente, mira el rancho.
Perdió la cuenta de cuántas veces levantó la maza para golpear el adoquín. Tampoco se imagina cuántas veces más tendrá que hacerlo. Está cansado, dolorido, desanimado. El oasis se aleja a la deriva de un mar de arena. Un mar de arena que está fuera de control y a la deriva.
Levanta otra vez la maza para golpear el adoquín, pero un grito lo frena. Es un grito festivo, un grito de pájaro, un pájaro que pide abrir las alas. 
“Papá, papá”, dice el niño pájaro que pide abrir las alas, “Papá, papá, puedo…puedo…puedo?”. Al hablar, las innumerables pecas del rostro del niño parecen multiplicarse, es tanta la felicidad que expresa que su cara se ensancha en sonrisas y muecas involuntarias. Tiene seis años y no entiende de mazas, de adoquines, ni de ranchos. Apenas pide abrir sus alas.
La maza baja cauta contra el adoquín; esta vez, no rompe la piedra. Sólo se apoya. 
Mira a su hijo que baila sin moverse esperando la respuesta. Trata de contarle las pecas pero éstas se sobreponen en cada contorsión de los labios. Se pregunta cómo podría decirle no, sin quebrarle alguna de sus alas. 
Dice sí. No quiere riesgos.
El niño salta de alegría y baila ahora con movimientos, lo abraza, lo besa y le agradece.
El niño toma la maza y trata de golpear el adoquín. No lo consigue. 
Hay carcajadas. Hay trinos. Hay un abrazo.
Dejan todo. Se van juntos sin saber a dónde van. La montaña está ahí pero se ha desvanecido. La maza y el adoquín, se miran indiferentes.
El oasis nunca había estado tan cerca.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Fotografías, cuento


Fotografías
"No tengo explicaciones", le grité. Pero creo que la furia la había vuelto sorda, y tal vez un poco ciega, porque me arrojaba las fotografías sobre la cara, sin que ninguna de ellas pudiera tocarme.
  "Simplemente sucedió", le dije, mientras me defendía de sus golpes, que me llovían, sin provocarme dolor alguno. Esperaba que se cansara de gritar, de pegar, de llorar, pero Sara se multiplicaba en cada acción. 
             Desde el piso, Carmen sonreía. Desparramadas sus fotos y ella dentro, sonriendo. Elaboré una sonrisa íntima, cómplice. Recuerdos. ¿No somos sólo los recuerdos que tenemos? Los coleccionamos con anhelos esperanzados de convertirlos en un presente continuo, en una indecisión constante de vivir sólo en uno. Yo amaba a Carmen. Pero Sara estaba en el medio, y me lo recordó con un cachetazo que me devolvió a su momento más iracundo. La sujeté de los brazos con fuerza suficiente como para inmovilizarla. Trató de darme un rodillazo en los testículos que fue a parar a la ingle. La di vuelta abrazándola con fuerza. La contuve tres incontables minutos, su musculatura pareció entender la inutilidad del esfuerzo. Lentamente se relajó, llorando, insultándome, como si no conociera la palabra resignación. La fui soltando despacio, sedando cada movimiento. Su cuerpo se desmoronó, ocupando el espacio del piso.
             "No me dejes", susurró.
             "No voy a hacerlo. ¿No quedaste embarazada para eso? ¿Acaso no inventaste este momento para atraparme, y condenar a tu hijo a una farsa donde todos estamos atrapados?". Estaba comprimido por la tensión. Necesitaba humedecer mis ideas. Fui a la pileta del baño y mojé mi cara.
              Sara recogió cada una de las fotos con rapidez y eficiencia miliar. Sin consultar el contenido de esas pequeñas celdas de memoria. Se apresuró a ir a la cocina.
              Aún estaba en el baño cuando sentí el olor de algo quemándose. Me acerqué, el humo era de las fotos disolviéndose en el fuego. Sara me percibió, y me dedicó su más perversa mirada.
              "No podés quemar mi memoria", le recalqué. Me di vuelta y me fui. Ella subió la hornalla al máximo.

jueves, 20 de septiembre de 2012

El mar amarronado, cuento


El mar amarronado

Dejó que el viento recorriera sus facciones. Disfrutó ese gusto salitre que el aire cargado le depositaba en los labios, por momentos, se creyó en la bahía de San Sebastián. Pero ese mar amarronado no era su mar, y esas playas de arenas gruesas no eran su bahía. Cerró los ojos y prefirió que el encanto no muriera por una cuestión de latitudes, a pesar de estar conciente que detrás del mar, no estaban las montañas ni su fabulosa San Sebastián,  sino un llano habitado de arbustos con pretensiones de árboles.
Atrás habían quedado los Nacionales y sus fusilamientos. Ya no escuchaba las detonaciones, pero a pesar de sus ojos cerrados, podía ver sangre huyendo de algún cuerpo. Frente a ese mar amarronado con arenas gruesas y en ese llano con arbustos con pretensiones de árboles, no había detonaciones, ni sangre escapando horrorizada.
Suspiró largo mientras abría los ojos. El paisaje vacío lo deleitó. La paz de la nada. La paz del futuro por construir. De a momentos fruncía el ceño al recordar que lo llamaban “gallego”, ofuscado replicaba, “Vasco, soy vasco”. Pero para esos tipos todos los españoles eran gallegos. Para colmo de males, esos cretinos se mofaban de cómo hablaba. “Coge el jamón” le dijo a uno, “¿Cómo me voy a coger el jamón? ¿Estás loco gaita?” Contestaban con risotadas. Le costó algún tiempo aprender esas herejías de la lengua, hasta que al final le parecieron divertidas.
Jugó con sus labios entre los dientes en gesto concentrado. Sintió una tristeza programada. Una nostalgia apagada de memorias. Extrañaba San Sebastián, el vino, las montañas, hablar como hablaba en la lengua de sus ancestros. Le molestó cuando los agentes de inmigración le cambiaron las letras de su apellido. Le quitaron la “t” y la  “x” vascas y las cambiaron por la “ch” castellana. Pero el precio había sido poco.
En ese mar amarronado que no era su mar, no esquivaba las balas de Franco. En ese lugar donde nadie cogía el jamón, no sorteaba la posibilidad de comer todos los días. En ese lugar donde le habían cambiado su nacionalidad y la identidad que le daba su apellido, estaba formando una familia. En ese páramo yermo, azotado por los vientos salitres de ese mar amarronado, estaba construyendo un hogar. De ese llano de arbustos con pretensiones de árboles, provenían comida y progreso. Abrió los ojos y el paisaje volvió a deleitarlo. La paz de la nada. La paz del futuro por construir. 
Dejó que el viento recorriera sus facciones. Sintió el salitre en los labios. Mantuvo los ojos bien abiertos tratando de absorber todo el alrededor. Extrañó la bahía. Extrañó San Sebastián. Pero en silencio, en oraciones paganas y extintas, agradeció la suerte de estar allí. En un lugar perdido, al sur de Buenos Aires.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El mejor, cuento


El mejor
A Walter 
La competencia siempre fue atroz. La lucha por la hegemonía dentro de la casa tomaba rumbos insospechados.

    Rubén era menor que yo, pero no era importante la diferencia de la edad, sino la de las contexturas físicas. La gesta consistía en esclarecer la superioridad dentro de la familia. Quién era el más fuerte, el mejor, física y espiritualmente. Elegíamos las pruebas de manera premeditada y de acuerdo a nuestras condiciones. No sólo lo superaba en edad, también en altura, envergadura y peso, esta última habilidad siempre era concluyente. Rubén era un alfeñique, en casa le decíamos radiografía por que se le notaban todos los huesos. Dos años menor, flaco y de naturaleza raquítica. A pesar de sus escasas dotes físicas se las rebuscaba bien a la hora de las definiciones. Cada uno escogía cinco deportes para resolver la justa del mejor. Así la llamábamos. 
Yo siempre optaba por mis clásicos. Lucha libre, porque bastaba con que me tirara encima para que se rindiera debido a la falta de respiración. Boxeo, donde la longitud de mis brazos y altura me daban la ventaja definitoria. Artes Marciales, ninguno de los dos sabía nada. La cuestión era darle unos golpes y agarrarlo al final débil y bastante averiado. Lanzamiento de la Bala, para lo cual utilizábamos un fierro viejo y oxidado que en nada se parecía a una bala de cañón, pero era lo bastante pesado como para que él no pudiera levantarlo. Y mi última elección era el ajedrez. No porque fuera más inteligente, sino porque Rubén no tenía idea de como jugar. Yo le decía como mover las piezas y, lógicamente en forma magistral lo guiaba a la derrota. Cinco pruebas inobjetablemente mías. 
En las de él se explotaban la velocidad, la agilidad y la destreza. Especialidades que a nadie le interesa. Los cien metros llanos, trepar el pino del fondo, la payana, la bolita, y por quinta prueba solía elegir el fútbol porque podía desarrollar sus mejores condiciones de jugador. Pero la experiencia le demostró que una falta artera, ladina y traicionera (pero necesaria), podía terminar con sus más hondas aspiraciones. Entonces, ante la evidencia decidía por la bicicleta. Última y definitoria prueba. Rubén se sentía seguro de ganar porque era más rápido. Pero yo tenía un as en la manga. La elección de la distancia corría por mi cuenta. Tan sólo cincuenta metros. Al ser yo más fuerte podía embalar con mas potencia, lograba una ventaja mínima que pronto se desplomaría por lo paupérrimo de mi estado físico. Pero nunca antes de los cincuenta metros. Así ganaba yo, con fuerza y con inteligencia para poner las pautas. No había dudas, era el líder espiritual, político y administrativo de la relación con mi hermano. Era el mejor. 
Hubo revuelo en el barrio. Los del otro lado de la avenida habían hecho un desafío. El Rata, el capitán del equipo y el más grande con sus catorce años, convocó a una selección. Elegiría el equipo representativo después de realizar una práctica en el campito de la calle Rivadavia. Los matices de los partidos con los del otro lado siempre eran anormales, terminaban en pelea. Había que ganar en la cancha y había que ganar en la pelea. El Rata quería a los mejores. Era obvio que debía presentarme.
Éramos como veinte en el potrero, incluyendo a Rubén. Le advertí que volviera a casa, que la prueba iba a ser dura; no se intimidó.
La práctica empezó con nerviosismo, nadie quería cometer errores, nadie arriesgaba nada. Los ojos del Rata, fuera del campo, parecían más severos que de costumbre.
Alguien despejó una pelota y cayó en la media cancha, justo a los pies de Rubén. Su cuerpo no garantizaba nada, pero a la hora de gambetear era difícil pararlo. La pisó e hizo correrla por la derecha, con un par de amagues, el Polaco y Drito, dos de nuestros mejores defensas quedaron desparramados. Llegó hasta el fondo y tiró centro atrás. Justo entraba el Negro, no tuvo más que empujarla. 1 a 0. Golazo. Todos miraron al Rata, la mueca de satisfacción era clara.
Sentí una ligera sensación de orgullo. Pero aún era el mejor.
El capitán gesticulaba a medida que aprobaba jugadores. Yo todavía no integraba la lista. Necesitaba demostrar que podía estar en el equipo. No tenía talento con la pelota, pero era fuerte a la hora de defender. Otra vez Rubén tenía la pelota, ahora se la daban más seguido, se habían dado cuenta de la facilidad con que resolvía los problemas. Eludió a uno y otro quedó parado después de un túnel, era mi oportunidad de mostrarme. La pelota o él. Siempre el bulto grande es el más fácil. Literalmente lo barrí. La pelota siguió sola hasta que el arquero conjuró el peligro. Rubén fue cayendo sobre mí. En uno de los manotazos buscando apoyo, encontró mi nariz. Caímos juntos, enmarañados. Nos levantamos y el dolor en el centro de mi cara era insoportable. Un hilo de sangre fluía desde adentro. Vi a mi hermano intacto.
Sangrante, dolorido y asustado me puse a llorar. Corrí hasta casa. Seguro que lo había hecho a propósito, quería humillarme delante de todos, me dije. Intensifiqué el llanto al llegar, magnificando la situación con las manchas rojas. Fui muy explícito al narrar lo sucedido. ¡Fue Rubén! Mi padre mostró una expresión grave. Mientras Mamá me curaba, Papá salió a la calle y ejecutó el silbido con que siempre nos llamaba, un sonido corto y aflautado. Rubén entendió. Tímidamente se acercó a la casa. Desde el patio, ya repuesto y emparchado, observaría como las cosas volvían a la normalidad. Se impondrían el orden y la justicia. 
No sé qué sucedía con mi padre. Esa tarde estaba diferente. Descargó todo el mal humor en el cuerpo de Rubén. Lo golpeó por todos lados. Quise gritarle: Papá fue un accidente, solamente chocamos, me equivoqué. Papá por favor. Papá no. Papá. Pero era tarde. 
Rubén lloraba tirado en un rincón. Papá se fue adentro cuando se cansó de pegarle. Me acerqué, quise decirle algo pero mi lengua parecía de piedra. Me acerqué más y le puse la mano en el hombro. Me abrazó. Lo abracé. Lloramos juntos.
La competencia se me había ido de las manos.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Insomnio, poema

tengo el tiempo
contenido en sudarios
supeditado a los cambios que proponga
pendiente de la arena
que escurre
    inconcisa
    renuente

el tiempo en mi mano
las horas vencidas entre cristaes
contrariadas ante mis ojos impávidos

cae un grano
otro
otro
el piso está lleno de granos
se extienden
se expanden
son playas
    desiertos

tiempo perdido
tiempo que no tengo
ni tendré

tiempo desbastado
mientras pretendo amortajarlo

martes, 14 de agosto de 2012

Pascua, poema

Si has oído al buho
pronunciar tu nombre
la mujer de ojos vacíos
está pensando en ti

Hay arena que se escapa
y mortajas que nos sujetan

¡Resucítate ya!
¡Resucítate!
Hazlo ahora que aún respiras
ya muerto no podrás

viernes, 3 de agosto de 2012

Aristas, poema

Aristas

sobre la franja
en la cornisa de la tierra caída al mar
adicto a ser visto en las ventanas
desdibujado
soy presa de todo
del agua que grita
de la arena que se queja de mis pies
de las nubes que forman mensajes
que no quiero leer

sigo una huella
      solo por seguirla
y quién sabe
       tal vez ésta
siga a otra igual
y así hasta el principio
buscando
solo buscando
porque en un borde se encuentran cambios
y yo estoy cambiando
como un muerto
       que entiende su condición

viernes, 27 de julio de 2012

Mutación, poema

De repente
   el sol cayó en mis manos
   rojo y destilando.

Soñé que se moría
   y lo llamé sangre.
Aceptó la gravedad
   entre lo dedos
   y lo nombré tierra.

Los coágulos
  entrelazaron el polvo
  y éste se volvió pájaro.

El ave huyó al cielo
  y manchó el cielo de luces
  su nombre era vida.

jueves, 19 de julio de 2012

El espejo en espera, poema

Mirror-mirror by insane sandy
Estudio el espejo,
   pero no estoy allí.
Deslizo mis ojos, sobre el reflejo impreciso,
   pero no estoy allí.
Hay un ángel en ese abismo y miente, apretado de nubes
   pero no estoy allí.
¿Quién habita el silencio de prócer
y se oscurece lento en la espera
   de que yo esté allí?
Para bien o para mal, no me es indiferente,
   aunque yo no esté allí.

sábado, 14 de julio de 2012

Sálvate, poema

Allí,
donde los árboles se convierten
en piezas articuladas de la noche

Allí,
donde a la otra orilla de sombra
lo corporeo
es un juego de distancias.

Allí,
donde brisas recorren los suburbios de la parca
y el hielo ruge
sobre la piel erizada.

Allí,
desconfía del razonamiento
vive tus canas
sacude el instinto
porque solo la imaginación
podrá salvarte.

Todos tenemos garantía de muerte,
nadie,
de vivir realmente.

miércoles, 4 de julio de 2012

Inerte, poema

Camino inerte
   en la ciudad intangible
solo espectros
   sembrados de escarchas
         en las calles sin sonidos

¿Es que se ha detenido el mundo?

Las paredes no tienen puertas
   solo grietas por ventanas
Un sol gris
    sacude mis ojos
y no me permite ver
    los puentes que ayer
          tampoco estaban

Las miradas me traspasan
    y me voy volviendo huesos
¿Será que camino hacia la nada?
Pronto nevarán cenizas
que laten en las tinieblas
y solo quedará esconderme
detrás de estas palabras
que como cardumen involuntario
supuran a los vientos
y buscan huir del cautiverio
de este rincón
       que sufre de humedad.

viernes, 29 de junio de 2012

Espera, poema

Espera


sudan los párpados del viejo
          ofrenda sagrada a lo no escrito
arrullo de historia
          escapándole al día
                  alargado en meses
                            años


sus vidrios
          deshechos en venas
amarillentos
          de espera
en calma
          tensa calma
como espejo oscuro
           desvaneciéndose
                    a la hora del reflejo

viernes, 22 de junio de 2012

Parte del polvo, poema

Parte del polvo




Polvo sofocado
suspendido de calor
                              en las sombras de un zaguán


"Del polvo provengo...
Pero es él que viene hacia mí
   y se adhiere
   haciendo mas yo
(como mis partes incompletas)


me puedo ver en otras partes
palpable
formando otros
     viajando al uno
     que es el todo


...y polvo seré"
Y cuando drene el barro
me buscaré en las partes que me falten
tocando el todo seremos uno.

domingo, 17 de junio de 2012

Encierro, un microcuento

Harto y deseperado, buscó un cuchillo en el cajón. El brillo del filo se confundió con el de sus ojos. Turbado y profético quiso terminar con su encierro. Clavó el cuchillo en la primera superficie que encontró.
Lentamente, sin gemidos ni agonías, la pared empezó a sangrar.

miércoles, 6 de junio de 2012

Sí poema de Rudyard Kipling

Si  (de Rudyard Kipling)
Ghandi


Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor
todos la pierden y te echan la culpa;
si puedes confiar en tí mismo cuando los demás dudan de tí,
pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda;
si puedes esperar y no cansarte de la espera,
o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras,
o siendo odiado no dar cabida al odio,
y no obstante no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduria...

Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen;
si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo;
si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso (desastre)
y tratar a estos dos impostores de la misma manera;
si puedes soportar el escuchar la verdad que has dicho:
tergiversada por bribones para hacer una trampa para los necios,
o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida
y agacharte y reconstruirlas con las herramientas desgastadas...

Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos
y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta,
y perder, y comenzar de nuevo por el principio
y no dejar de escapar nunca una palabra sobre tu pérdida;
y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos
a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza,
excepto La Voluntad que les dice "!Continuad!".

Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud
o caminar entre Reyes y no cambiar tu manera de ser;
si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte,
si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado;
si puedes emplear el inexorable minuto
recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.

sábado, 2 de junio de 2012

Último recurso, un microcuento

Último recurso


Estaba nervioso, no podía escapar de su perseguidor. El acoso del otro hombre era denso, asfixiante, implacable. Seguro de sí mismo cruzó miradas con el tipo del espejo. Ambos sonrieron. Acercó la mano hasta la perilla y apagó la luz. Matar nunca había sido tan fácil.

jueves, 31 de mayo de 2012

Poemas de José Martí

La Niña de Guatemala

Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
Eran de lirio los ramos,
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda.
…Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores.
…Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador:
él volvió con su mujer;
ella se murió de amor.
Como de bronce candente
al beso de despedida
era su frente ¡la frente
que más he amado en mi vida!
…Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío:
yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos;
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.
Callado, al obscurecer,
me llamó el enterrador.
¡Nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor!
José Martí
(1853-1895)

lunes, 28 de mayo de 2012

Poemas de Evaristo Carriego

CONVERSANDO

El libro sin abrir y el vaso lleno.
-Con esto, para mí, nada hay ausente-.
Podemos conversar tranquilamente:
la excelencia del vino me hace bueno.

Hermano, ya lo ves, ni una exigencia
me reprocha la vida..., así me agrada;
de lo demás no quiero saber nada...
Practico una virtud: la indiferencia.

Me disgusta tener preocupaciones
que hayan de conmoverme. En mis rincones
vivo la vida a la manera eximia

del que es feliz, porque en verdad te digo:
la esposa del señor de la vendimia
se ha fugado conmigo...



Tu Secreto


¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí, sobre el piano, que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro, vedado, de tiernas memorias.

Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
a nadie interesa saber que me nombras.

...Ven, llévate el libro, distraída llena
de luz y de ensueño. Romántica loca...
¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!
...De todo te olvidas ¡cabeza de novia!