Bloggear o no bloggear...

...he aquí la cuestión. Me propongo desde este espacio publicar cada tanto algunos comentarios, artículos, opiniones sobre la realidad del latino en Estados Unidos, pero sin olvidarme que ante todo soy latinoamericano y lo que sucede en el continente afecta a todos los que estamos aquí. La frecuencia de publicación será bastante irregular, pero será de alguna manera activa y persistente. También haré una recopilación de artículos pasados y que ya fueron publicados en otros lugares pero que no dejan de ser actuales. Ojalá me ayuden con sus comentarios. Aquí vamos pues...

sábado, 11 de julio de 2015

Recordando a Pedro Lemebel

Originalmente publicado en El Béisman (http://www.elbeisman.com/article.php?action=read&id=542)

Por allá en el año 2011, junto a un gran amigo, Luis Valenzuela, cuando el sueño de la revista Consenso llegaba a la jerarquía de promesa literaria, tratamos de organizar un evento cultural en la Northeastern. En la vorágine de nombres posibles escritores como invitados de honor a nuestro evento, surgieron algunos de fama escalofriante y otros de dudoso ego estelar. En un momento cuando considerábamos distintas alternativas, teniendo en cuenta nuestro escaso patrimonio económico y el deseo que presentar algo con sentido provocativo, Luis sugirió el nombre de Pedro Lemebel. Y admito que yo fui el descreído que dijo: ¿Quién? Y Luis me pasó el correo electrónico de Lemebel, y así empecé a conocerlo.
Mi desconocimiento de Pedro Lemebel y su obra era tal, que al leer una entrevista que había dado por alguna de sus obras se presentaba como “un tipo pobre, maricón y comunista”. Y yo empecé a reírme. ¿Cómo puede alguien decir eso de sí mismo en una sociedad tan enjuta como la chilena? Era hora de prestarle más atención.
Tuve la suerte de intercambiar algunos correos con Lemebel y me llamaba la atención los adjetivos que usaba para dirijirse a uno: mi querido, precioso, amiguito. Lo que sonaba risueño y sugerente a la vez. Lemebel siempre se mostraba así, histriónico, gritón y con un aura de divismo que era insoportable pero sugestivo al mismo tiempo. Y esto lo digo con el mayor énfasis en su lenguaje y en su imagen. Siempre vestido de mujer, hablando de sí mismo en primera personal del singular, aunque esto era casi una obligación en su postura, y claro, en femenino. Algo que debería dar más de un ataque de caspa a los ultraderechistas y chupacirios chilenos.
Invitamos a Lemebel a venir a Chicago, lo que aceptó gustoso. Y después de cumplir los trámites pertinentes como el visado, la compra de boletos de avión y algunas cosas que tenían que ver con el escueto presupuesto que manejabamos, le envía a Luis un correo que nos cayó como un tarro de pollo frito al hígado. Debía cancelar su viaje porque le habían diagnosticado cáncer en la garganta. El tratamiento de quimioterapia empezaba esa misma semana.
En una de las últimas entevistas que este escritor chileno dio a un diario argentino, dice que “Y aunque tengo voz de muerta, estoy enferma de vida”. Una frase muy de él, desafiante hasta el último momento. Porque eso de ser maricón ya no era una cuestión de explicar la sicología humana, era una cuestión de militancia. Lo de ser zurdo era materia de vida o muerte. Un compromiso con él mismo y con una sociedad represora y reprimida. Más de uno dirá que era una loca irreverente, pero a las locas irreverentes las fabrica una sociedad que no les da lugar, entonces tienen que crearse uno propio, a fuerza de gritos histéricos, de desafíos al borde del glamour y del arte provocador y seductor.
Finalmente el cáncer ganó su partida. Pero lo que el cáncer no sabe, es que no se llevará sus libros, ni su humor blasfemo, ni su voz chillona, ni sus vestidos de loca de cabaret. Porque en todos ellos vivirá Lemebel, que mostró su implacable ironía hasta su último aliento al decir: “Como es la vida, yo arrancando del Sida y me agarra un cáncer”.
Lemebel nunca pudo venir a Chicago. Es una pena. Lo hubiesemos llevado a recorrer la ciudad, aunque estoy seguro que nos haría un guiño y pediría que lo dejemos en uno en especial. Y nosotros lo celebraríamos con otro guiño cómplice.