Bloggear o no bloggear...

...he aquí la cuestión. Me propongo desde este espacio publicar cada tanto algunos comentarios, artículos, opiniones sobre la realidad del latino en Estados Unidos, pero sin olvidarme que ante todo soy latinoamericano y lo que sucede en el continente afecta a todos los que estamos aquí. La frecuencia de publicación será bastante irregular, pero será de alguna manera activa y persistente. También haré una recopilación de artículos pasados y que ya fueron publicados en otros lugares pero que no dejan de ser actuales. Ojalá me ayuden con sus comentarios. Aquí vamos pues...

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Crónica de fútbol y de sueños rotos



Crónica de fútbol y de sueños rotos

El primero en llegar al restaurante fue Fabián. Al subir los pocos escalones hasta la tarima donde se encontraba la mesa no pudo evitar cojear un poco, probablemente esa vieja lesión en los gemelos le hace doler cada vez que tiene que hacer un esfuerzo poco común. Fabián ya no se acuerda desde hace cuando le duele la rodila derecha, si hace diez o nueve años, pero al menos una o dos veces la año lo separa del plantel del equipo por un par de meses hasta que se recupera. Ya se siente un poco cansado de la lesión, y cada año que esto sucede piensa en el retiro. Fabián es argentino, nació en la provincia de Santa Fe hace ya 34 años y sabe que no le quedan muchos años para jugar al fútbol.

Jorge llega casi enseguida, inconfundible con su termo de agua caliente en una mano y el mate en la otra, como buen uruguayo de raza. Jorge es oriundo de Rocha, y jugó en las inferiores de Peñarol antes de venir a jugar al fútbol a Centroamérica. Cuando habla tiene un tono de nostalgia, muestra en sus ojos que cuando llegó a Guatemala, soñaba con algo distinto a su presente con más bajos que altos.
Y por último apareció Dinho, un joven brasileño de 23 años que hace sólo tres que está jugando al fútbol en Guatemala. Su sonrisa delata juventud y los otros dos jugadores de fútbol bromean sobre su nuevo corte de pelo con algunos tintes rubios que lo asemejan a un actor de telenovelas. Los tres por un rato bromean por que se conocen desde algún tiempo atrás, cuando jugaban en un extinto club llamado Santa Lucía de la primera división del fútbol guatemalteco.
Los tres futbolistas y este escriba se juntaron en un restaurante argentino de la ciudad de Antigua para hablar de fútbol, de sus vidas, de sus sueños pero también de política. Porque cuando ellos tres dejaron sus respectivos países años atrás, dejaron mucho más que su tierra, dejaron sus sueños, sus afectos y también sus esperanzas. Nunca creyeron que iban a ser parte del juego político de algunos personajes que utilizan equipos de fútbol para campañas, para beneficios personales, para réditos políticos.
“Hace ya quince años que estoy en Centroamérica, jugué al fútbol en Honduras, en Nicaragua, pero siempre termino aquí en Guatemala, donde todavía tengo algo de nombre que me respalda y he formado mi familia”, dice Fabián que se casó con una modelo local y tiene dos hijos. 
Los otros dos futbolistas escuchan en silencio, como con respeto hacia el patriarca y por esos lazos que han formado en la humedad de los vestuarios.
“Cuando nos llamaron para jugar en el Santa Lucía, no lo podíamos creer. El contrato era de los mejores que se podían encontrar en la Liga. En especial para un equipo recién formado, el dinero se equiparaba con los dos equipos más grandes del país. Tendríamos que haber desconfiado, pero creímos en las ganas del Presidente del club, en el esfuerzo económico que estaba haciendo. Nunca nos imaginamos que sus intenciones fueran otras”.
Jorge asiente en silencio y recuerda el mal trago que tuvo en ese club cuando tuvo que rescindir el contrato. “Yo dije que si no me pagaban lo que me debían, que en ese momento eran seis meses des sueldo, me tenían que dejar ir y pagarme el resto del contrato. Fue cuando este señor sacó un revolver de entre las ropas y lo puso en la mesa. Por supuesto la negociación se terminó allí”.
“Yo tuve un poco más de suerte”, dice Dinho con un suave acento pero con perfecto español. “A mi me trajo un grupo empresario y no estuve más que un torneo en Santa Lucía, me pagaron los dos primeros meses, pero cuando los resultados no ayudaban en menos de una semana dejaron de pagar la renta de mi apartamento y tuve que buscar uno por mi cuenta. El propietario practicamente me echó por la ventana de allí. Por suerte me fui al terminar el campeonato”.
“Lo peor fue que cuando empezamos a andar bien, estabamos en todos lados con el Presidente y comitiva. Fiestas, fotos, actos políticos, porque teníamos que ir o enfrentarnos a los lavados de cerebro de los directivos, nosotros te pagamos, nosotros te trajimos aquí, te estamos haciendo una estrellas, que eres desagradecido. Entonces terminabamos mostrándonos con ellos en todas partes. El presidente quería ser el alcalde de la ciudad. Y nos lo hacía saber muy claro, que si él no ganaba, nosotros nos quedabamos sin trabajo”.  Dice Fabián casi sin emoción, como si se tratara de un hecho cotidiano y no del futuro de un hombre. 
Ingenuamente les pregunto si enjuiciaron a la institución por la falta de pago pero los tres hacen silencio. Después de unos segundos, Jorge me dice que sí, pero el club desapareció sin pagar las deudas que tenía con el plantel. “Lo borraron. Lo declararon en quiebra y no hubo forma de cobrar un quetzal”. Los tres hacen una pausa, beben su agua mineral mientras comen carne asada en silencio. Yo no bebo agua mineral, agarro mi copa de vino y le doy un sorbo. Repentinamente me sabe amargo y agresivo a la lengua.
Les vuelvo a preguntar sobre el presidente del club y Dinho sonríe de manera cordial y dice que por supuesto nunca llegó a la alcaldía y que debido a los juicios por corrupción y otros escándalos ahora vive en Los Ángeles. El silencio se expande y veo que en las caras de los jugadores hay frustración. Empezamos a hablar de cosas triviales entonces, pero me viene a la cabeza la frase de Maradona: “La pelota no se mancha”.
Hay muchos ejemplos en Latinoamérica del uso del fútbol como instrumento político. Podemos mencionar cuando en plena guerra de Malvinas, el general Galtieri, Presidente de facto argentino le pide a Menotti que gane el Mundial como apoyo al momento político del país. 
Es un hecho comprobado que el fútbol genera pasiones encontradas.  Y sí, la política no escapa a la regla, hay que mantener a la gente ocupada pensando en algo, y que mejor que el fútbol que cada domingo nos ofrece una revancha.
Los tres futbolistas terminan su almuerzo. No piden postre, se justifican con el tema de la dieta. Ahora los tres juegan en equipos diferentes, son rivales ocasionales, pero los hermana la experiencia de haber sido víctimas de sus propios sueños, el de jugar al fútbol, el juego más hermoso y popular del planeta, porque después de todo, el fútbol es eso, un juego. No deberíamos olvidarlo.
Los tres hombres se van, hablando alto, jugando entre ellos como niños que se preparan para una cascarita. Todavía creen en lo que hacen.
Yo me quedé en la mesa, anotando cosas en una libreta. El mesero sube el volumen del televisor porque un partido de la Champions League va a empezar. Cierro la libreta y dejo de escribir, me pido otro vaso de vino. Me recuesto en mi silla y me pongo a mirar. Tengo ganas de ver un buen partido.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Cuatro rojos para un mismo blanco, reseña sobre "Rojo sobre blanco y otros relatos"


Por BERNARDO E. NAVIA:
 Tal vez al excelente libro «Rojo sobre blanco y otros relatos», de Fernando Olszanski, sea necesario acercársele con la noción de que la muerte es esa respuesta, violenta o no, capaz de aplanar, igualar y nivelarlo todo.
Mientras leía el libro Rojo sobre blanco y otros relatos (Ars Communis Editorial, 2015), de Fernando Olszanskino podía yo dejar de pensar o sentir que los cuentos que lo componen son una franca invitación (o desafío, más bien) a que el lector se adentre en un mundo que, aunque compuesto o creado en dos latitudes geográficas muy alejadas una de otra (Chicago de un lado y Sudamérica: El Chaco y alguna urbe argentina, del otro), es un mundo tejido, unido y formado por experiencias humanas que nos son comunes a todos los habitantes de ambos hemisferios.
Si el narrador del primer cuento, «Los mitos», realiza un delicado equilibrio emocional al confiar al lector un secreto que le abruma amenazando su sanidad mental y espiritual (después de todo acabar con la vida de la mítica y paternal figura de Johnny Camacho no exigirá jamás nada menos del Poeta; no importa, para nada, si el crimen haya sido intencional o no) y, tal vez, no pueda nunca contestar la pregunta de dónde está el alma; los personajes del segundo cuento, «Guerra», se debaten entre el ser y el no-ser de la violenta filosofía de vida de las pandillas de Chicago y la búsqueda incansable por recuperar el Paraíso perdido. Los personajes protagonistas, Rocco, Chato y Héctor, más allá de los inflexibles códigos de las bandas callejeras; más allá de algunas cuestionables actitudes de la autoridad civil; más allá del efímero aliento de la cocaína y más allá, incluso, de los ineludibles zarpazos de la muerte, sabrán que ese Paraíso está en algún lugar (ya sea un México natal o no) y les espera. Saben además que la mano protectora de la maternal figura de Zuly sabrá guiarlos porque sólo ella podrá encontrar ese camino de regreso. En ambos sentidos: espiritual y físico.
En el tercer cuento, «Las cenizas de los abuelos», se asiste a un dramático despliegue, pues al ser éstas transportadas a la natal provincia paraguaya del Chaco de la madre de la narradora, también lo es el lector quien, a través del testimonio de la narradora, es invitado a participar de unos sentimientos que le pueden ser familiares o no: el reencuentro con un mundo cultural, ancestral, heredado. Mundo que puede parecerse a un recuerdo ajeno o no, mundo que puede corresponder a nostálgicas memorias o no; un mundo que, finalmente, reclamará las cenizas (las reales y las del alma) de sus hijos pródigos. Un mundo (perdido en el Chaco, en los recuerdos y en el tiempo) que, con sus costumbres, comidas, idioma, constelaciones estelares y códigosRojo sobre blanco. Fernando Olzanskiculturales diferentes al del conocido medio anglo para Clara, la narradora, acabará por hacerle comprender que tales códigos no sean, después de todo, tan diferentes a los que le son familiares, ya que han sido delineados por humanos y éstos con sus fantasmas y sus secretos son iguales en todas partes, ya sea que habiten las grandes y desarrolladas urbes norteamericanas o los lejanos parajes del Chaco paraguayo. Es universal el sentimiento de desplazamiento, de realizar un viaje sin poder llegar al destino deseado y/o de perder tanto la inocencia en el intento como también algo que va más allá de las palabras. Arrojar las cenizas a un río, habla de la noción de la madre de Clara sobre el sentimiento de no hallar jamás reposo. Ni siquiera en la muerte.
En el último cuento, «Rojo sobre blanco», la muerte vuelve a ser el elemento catalizador que conlleva una especie de niveladora que aplana todas las tortuosidades del alma. La imagen de la sangre cubriendo el delantal blanco del propio doctor Arreola, el protagonista central, no sólo entrega la perfecta imagen explicativa del porqué del título, sino que también alude a la metáfora de la ruptura de la monotonía; del fin de una existencia monótona y unicolor; la muerte llega a ponerle fin a un vacío existencial tal vez en la vida del protagonista. “Tal vez”, porque la intervención final de la doctora Madrid (que alienta las casi amistosas ‘sospechas’ de Cachito, Tordo y los demás a favor del doctor Arreola) invita al lector a pensar en la posibilidad de que se empiece a abrir una alternativa a esta blanca vida sin sobresaltos de Arreola. Aunque esta puerta sea abierta con el bisturí enterrado en su costado a quemarropa por uno de sus propios pacientes.
Tal vez al excelente libro Rojo sobre blanco y otros relatos sea necesario acercársele con la noción de que la muerte es esa respuesta, violenta o no (no importa realmente saberlo), capaz de aplanar, igualar y nivelarlo todo. Lejos está, sin embargo, esta respuesta de significar necesariamente el descanso o el final de la búsqueda para ninguna de sus atormentadas almas protagonistas.
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BERNARDO E. NAVIA (Chile, 1967). Ha publicado diversos artículos en revistas literarias y compilaciones de Europa, Latinoamérica y Estados Unidos. Actualmente es profesor de español en EU.