Bloggear o no bloggear...

...he aquí la cuestión. Me propongo desde este espacio publicar cada tanto algunos comentarios, artículos, opiniones sobre la realidad del latino en Estados Unidos, pero sin olvidarme que ante todo soy latinoamericano y lo que sucede en el continente afecta a todos los que estamos aquí. La frecuencia de publicación será bastante irregular, pero será de alguna manera activa y persistente. También haré una recopilación de artículos pasados y que ya fueron publicados en otros lugares pero que no dejan de ser actuales. Ojalá me ayuden con sus comentarios. Aquí vamos pues...

martes, 20 de enero de 2015

Hacer amigos después de los 40 es difícil, aquí un artículo mío en Suburbano.


Hacer amigos después de los 40 es difícil, aquí un artículo mío en Suburbano.


La dificultad para hacer amigos después de los 40

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Siempre hay alguien que nos pregunta ¿y cuantos amigos tienes? Y uno no puede evitar cuestionarse el por qué de esa cifra tan raquítica de gente en la que uno confía, o que al menos comparte algo íntimo, algo que necesita sacarse del pecho para liberarse de un peso insostenible. Digamos que es algo tan necesario como el desayuno, como leer el diario, como mirar por la ventana y tratar de comprender el mundo. La amistad es una terapia que no tenemos que pagar, es una charla a solas que nos libera o enaltece, la que nos ilumina a escondidas, en voz baja.
La primera respuesta que se me pasa por la cabeza es que a cierta edad uno empieza a volverse selectivo con las nuevas amistades. La vida sucede muy rápido en estos tiempos y no tenemos las ganas/tiempo/interés de conocer a otros; y vale la pena aclarar, que tampoco para darnos a conocer.
En una rápida búsqueda online sobre la amistad encuentro un artículo titulado “Friends of a Certain Age”, que Alex Williams ha publicado en el New York Times, y éste declara las dificultades para hacer amigos después de cierto número de años. El autor nos pasea por algunas lista de intereses comunes que pueden unir a la gente como por ejemplo el mismo círculo social, que los padres de los amigos de nuestros hijos se vuelven nuestros amigos, que hay grupos de internet que buscan encontrarse para compartir la soledad y crear lazos. Pero el artículo de Williams se enfoca demasiado en cómo hacer amigos a los 30 o los 40, pero no en los fundamentos que hacen a una amistad. Analiza intereses del momento y no a largo plazo, lo que hace sentir que el texto es algo inmaduro y superficial en su análisis. Los eventos de la vida dejan una cicatriz muy profunda en la amistades, los divorcios llevan a que pierdas a ciertos amigos, o que ganes nuevos con una nueva relación. Los cambios de trabajo van dándote nuevas prioridades, las mudanzas, los cambios de intereses. Hoy tenemos amigos para ir al bar, amigos para cenar, para llevar a los hijos algún lado, o para compartir algún nuevo pasatiempo.
El tema de los medios sociales y, Facebook en particular, merece un párrafo aparte. Cuando miro el número de ‘amigos’ que tengo, cercano a los cinco mil, no puedo dejar de preguntarme a cuántos de ellos conozco realmente en esa lista. Algunos son familiares, amigos de ahora, otros son amigos de la infancia, del colegio, de la universidad, de antiguos trabajos o del trabajo del momento, compañeros de proyectos compartidos, pero… En fin, contactos la gran mayoría, la palabra amigo aún queda muy grande para muchos en esa lista.
Yo tengo la suerte de haber hecho muy buenos amigos después de los cuarenta, pero no es un proceso fácil. Cuando pienso un poco más detalladamente en la palabra amigo, veo que en general con la persona a la que le has dado esa categoría, has construido puentes más allá de lo que se puede ver. Tienes una confianza que supera cualquier nebulosa. Has construido una historia junto a ellos, has compartido experiencias en la que has dado y recibido ciegamente y te has dejado llevar por el momento. Algo que es más normal en la juventud y ya no tanto en la madurez. La amistad está cimentada en eso, en confianza, en recuerdos, en miradas complices, en risas que se repiten en lo absurdo sin cansar y sin desgastar. En fin, en historia. Necesitamos tener lazos emocionales como para sentir la paz necesaria para aceptar a una persona como amigo. Necesitamos construir historia. Hoy en día, la vertiginosa necesidad de vivir no nos permite hacer precisamente eso, vivir, ni tampoco darnos paciencia para crear historias en común con otros.
El ritmo que hoy llevamos juega en contra de los sentimientos, y las necesidades espirituales y emocionales de los seres humanos. Pareciera que vamos camino a una soledad irremediable. Es cierto que el hombre cambia con la edad y que fuera natural que nos volvieramos desconfiados. También la perspectiva cambia según las experiencias que tenemos. Y si preguntamos a otros cuántos amigos reales tienen, normalmente pueden contarlos con los dedos de la mano; y la mayoría dice que se quedaron en sus lugares de origen y que aquí no han hecho realmente amigos verdaderos. Lo que me lleva a pensar si es que la necesidad/soledad/alienamiento nos obliga a crear amistades que de otro modo quizás no existirían.
Pero no todo está perdido, dice la canción. Está bien ser desconfiado, el mundo lamentablemente es un lugar peligroso. Todos los días escuchamos historias que nos estremecen. Pero también hay de las otras, de las que valen la pena escuchar, de las que inspiran, de las que enseñan, de las que motivan. Hay gente que vale la pena conocer. Hay historias por vivir y contar, tardes para conversar y compartir. Sí, todavía y a pesar de todo la vida vale la pena vivrla y hacer amigos es uno de sus puntos altos. ¿Cómo seguía la canción de Fito? Ah sí, …yo vengo a ofrecer mi corazón. De eso se trata después de todo.

domingo, 11 de enero de 2015

Ser Charlie Hebdo o no ser, esa no es la cuestión


Ser Charlie Hebdo o no ser, esa no es la cuestión

Al igual que todo el mundo, me siento sacudido por lo sucedido en París. Nunca leí la revista y para ser sincero, no creo que la lea porque no me identifico con la línea editorial que tiene. Lo que me preocupa es que además de la intolerancia presentada por los jihadistas, que no solo mataron a los dibujantes, sino también a un policía musulmán, una mujer policía y a varios clientes de una tienda kosher de París, veo que los que escriben ‘Yo no son Charlie” demuestran una intolerancia y un fanatismo semejante al que están denunciando. No se trata de decir que atacan el derecho a ridiculizar o a blasfemar, se trata de que hoy es Charlie y mañana puede ser alguien más. En esto se lucha contra el miedo que nos quieren instalar, contra la violencia y el odio institucionalizado. No ser Charlie hoy, significa que damos permiso para atacar a los que piensan diferente. Hay algunos columnistas que hasta sugieren entrelíneas que este ataque es el resultado de las blasfemias de la revista. Y yo me pregunto, ¿cuándo mataron a ese policía musulmán en el piso como a un perro, y a los cuatro rehenes en el tienda de comestibles, es eso producto de la revista? La religión musulmana dice muy claro que matar a un inocente es como matar a toda la humanidad. No debemos generalizar y no debemos volvernos paranoicos. La respuesta a todo esto es ser Charlie, mantener nuestro derecho a pensar diferente y seguir teniendo la capacidad de cuestionar a la autoridad, sea política y religiosa cuando nuestras libertades están en juego. No hacerlo, es decir que no somos Charlie. Debemos asumir que el problema es real, ya sufrimos terrorismo de izquierda, de derecha y también del estado, ahora nos toca lidiar con el terrorismo religioso que existe en el Islam, en el cristianismo y en el judaísmo. No se olviden quién puso una bomba en una clínica de abortos en Oklahoma, un fanático cristiano ni quién asesinó a Yizhak Rabin, un derechista judío.
Hoy hay que ser Charlie porque hay que defender nuestros derechos básicos como la libertad de expresión el pensar diferente. Hoy hay que ser Charlie para mostrarnos unidos y enfrentar la barbarie como una sociedad coherente que no se dejará avasallar ante ningún acto irracional de violencia. Esas son mis razones para ser Charlie. 

sábado, 10 de enero de 2015

Reseña de El último lector, David Toscana. Publicada en el Béisman.


El último lector o el juego de la metaliteratura

Fernando Olszanski Publicado 2015-01-01 11:50:03
El último lector, David Toscana
Alfaguara, 184 páginas, 2007, $16.99, ISBN 9786071104137
El último lector del escritor regiomontano David Toscana, es una novela que puede provocar varias reacciones a la vez, pero que pueden resumirse con simpleza de que uno puede sentirse agradecido de haberla leído, o simplemente detestarla. El texto exige un alto compromiso del lector, que de seguro Toscana espera no sea el último, pues deja en la historia una serie de elementos sin respuesta que necesitaran un guiño del lector para entender que la historia no está en aquellas trivialidades, sino en la lectura misma y en los efectos de ésta en los buenos leyentes.
El protagonista de nuestra historia es un bibliotecario de un pueblo llamado Icamole, localizado en un punto inexacto del norte mexicano, ámbito habitual de la narrativa de Toscana. Lucio, el bibliotecario es un lector voraz que siente el llamado de los libros a ser leídos, si no siente este llamado, los condena al infierno de los libros, a un agujero de olvido donde serán alimento de cucarachas. La trama empieza con la aparición del cadáver de una niña en un aljibe de la casa del hijo de Lucio. Y que, oh casualidad literaria, el joven se enamora del cadáver. Y es aquí donde el juego literario comienza. Lucio cree fervientemente que la ficción y la realidad se fusionan indistintamente, y que la respuesta a todos los males de este mundo están en la literatura. Lucio recuerda que en La muerte de Babette, de Pierre Lafitte, también aparece el cadáver de una niña y decide reaccionar de acuerdo a este libro y luego a otro y a otro.
El juego que propone Toscana es la metaliteratura. Usando intertextualidades de otros libros que el autor intercala dentro de su propio texto, la historia seguirá su curso y confundirá adrede la realidad y la ficción. Y este es el mayor logro de la novela. No la resolución de un crimen. No la originalidad narrativa. Sino el uso de muchas historias para construir la historia propia. Que Toscana no use comillas u otro símbolo para marcar la intertextualidad es la prueba fehaciente de lo que Lucio pregona a lo largo de la novela: Que realidad y ficción están mezcladas y forman una sola unidad. Algo que nadie le cree, ni siquiera su hijo, que se enamora de una niña muerta al igual que el personaje de Del amor y otros demonios, libro de Gabriel García Márquez.
Para terminar es importante aclarar que Lucio no es una persona desentonada de la realidad y absorbida por los libros, sino todo lo contrario. Él encuentra verdades en ellos y eso le hace diferente al resto. Mientras todos buscan respuestas en una realidad inexplicable, Lucio encuentra pistas y resoluciones en un mundo donde la emociones humanas a veces son un poco incomprensibles, pero así mismas son en la realidad cotidiana. El último lector no es un libro para cualquiera, puede ser frustrante también, pero si uno cree en la ficción, ésta tiene respuestas que la realidad no nos puede explicar. Espero no haber sido yo su último lector.
Fernando Olszanski. Escritor argentino, autor de El orden natural de las cosas. Es editor de la Revista Consenso, de la Northeastern Illinois University.