Bloggear o no bloggear...

...he aquí la cuestión. Me propongo desde este espacio publicar cada tanto algunos comentarios, artículos, opiniones sobre la realidad del latino en Estados Unidos, pero sin olvidarme que ante todo soy latinoamericano y lo que sucede en el continente afecta a todos los que estamos aquí. La frecuencia de publicación será bastante irregular, pero será de alguna manera activa y persistente. También haré una recopilación de artículos pasados y que ya fueron publicados en otros lugares pero que no dejan de ser actuales. Ojalá me ayuden con sus comentarios. Aquí vamos pues...

jueves, 20 de septiembre de 2012

El mar amarronado, cuento


El mar amarronado

Dejó que el viento recorriera sus facciones. Disfrutó ese gusto salitre que el aire cargado le depositaba en los labios, por momentos, se creyó en la bahía de San Sebastián. Pero ese mar amarronado no era su mar, y esas playas de arenas gruesas no eran su bahía. Cerró los ojos y prefirió que el encanto no muriera por una cuestión de latitudes, a pesar de estar conciente que detrás del mar, no estaban las montañas ni su fabulosa San Sebastián,  sino un llano habitado de arbustos con pretensiones de árboles.
Atrás habían quedado los Nacionales y sus fusilamientos. Ya no escuchaba las detonaciones, pero a pesar de sus ojos cerrados, podía ver sangre huyendo de algún cuerpo. Frente a ese mar amarronado con arenas gruesas y en ese llano con arbustos con pretensiones de árboles, no había detonaciones, ni sangre escapando horrorizada.
Suspiró largo mientras abría los ojos. El paisaje vacío lo deleitó. La paz de la nada. La paz del futuro por construir. De a momentos fruncía el ceño al recordar que lo llamaban “gallego”, ofuscado replicaba, “Vasco, soy vasco”. Pero para esos tipos todos los españoles eran gallegos. Para colmo de males, esos cretinos se mofaban de cómo hablaba. “Coge el jamón” le dijo a uno, “¿Cómo me voy a coger el jamón? ¿Estás loco gaita?” Contestaban con risotadas. Le costó algún tiempo aprender esas herejías de la lengua, hasta que al final le parecieron divertidas.
Jugó con sus labios entre los dientes en gesto concentrado. Sintió una tristeza programada. Una nostalgia apagada de memorias. Extrañaba San Sebastián, el vino, las montañas, hablar como hablaba en la lengua de sus ancestros. Le molestó cuando los agentes de inmigración le cambiaron las letras de su apellido. Le quitaron la “t” y la  “x” vascas y las cambiaron por la “ch” castellana. Pero el precio había sido poco.
En ese mar amarronado que no era su mar, no esquivaba las balas de Franco. En ese lugar donde nadie cogía el jamón, no sorteaba la posibilidad de comer todos los días. En ese lugar donde le habían cambiado su nacionalidad y la identidad que le daba su apellido, estaba formando una familia. En ese páramo yermo, azotado por los vientos salitres de ese mar amarronado, estaba construyendo un hogar. De ese llano de arbustos con pretensiones de árboles, provenían comida y progreso. Abrió los ojos y el paisaje volvió a deleitarlo. La paz de la nada. La paz del futuro por construir. 
Dejó que el viento recorriera sus facciones. Sintió el salitre en los labios. Mantuvo los ojos bien abiertos tratando de absorber todo el alrededor. Extrañó la bahía. Extrañó San Sebastián. Pero en silencio, en oraciones paganas y extintas, agradeció la suerte de estar allí. En un lugar perdido, al sur de Buenos Aires.

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