Bloggear o no bloggear...

...he aquí la cuestión. Me propongo desde este espacio publicar cada tanto algunos comentarios, artículos, opiniones sobre la realidad del latino en Estados Unidos, pero sin olvidarme que ante todo soy latinoamericano y lo que sucede en el continente afecta a todos los que estamos aquí. La frecuencia de publicación será bastante irregular, pero será de alguna manera activa y persistente. También haré una recopilación de artículos pasados y que ya fueron publicados en otros lugares pero que no dejan de ser actuales. Ojalá me ayuden con sus comentarios. Aquí vamos pues...

domingo, 6 de mayo de 2012

Juego de nombres, un cuento...

Juego de nombres 

Mira el cielo resbalarse hacia la oscuridad. Imagina el sol como una mancha de melaza pegajosa, ya no incandescente, sino como una estampa relamida cayendo por su propio peso, peso alicaído, alicaído de pesares. Lo imagina. No lo ve. El ojo de la pared tiene los párpados expuestos al norte, se mantienen abiertos. Aquello, lo del sol, sucede en algún otro extremo sin importancia.
  El ojo de la pared expuesto al norte, que mantiene los párpados abiertos, se deja cruzar por pestañas de hierro verticales que apenas dificultan la visión. Los sonidos le llegan claros a través del ojo, tienen voces cuadradas, voces de ritmos de tambores, marciales todas las voces.
  No duele el recuerdo del látigo. Duele el indulto que le niegan. Ése que conceden de manera democrática en el seno de la dictadura. Ése que se vota libremente con una boca fría asomada en la espalda, con una boca sin dientes que tritura cartílagos indecisos, esa boca metálica de los serviles de los invasores. Lacayos preocupados más por su status dentro de la antigua creencia, que de constatar la veracidad de su postulado, la revolución, el nuevo conocimiento. Han elegido a otro para salvarse, uno más enjuiciable que él. Lo sabe. A pesar de sus escasas décadas de vida, lo sabe desde hace siglos.
  Piensa. Sus lugartenientes permanecen ocultos. No piensa en el traidor, no piensa en las palabras que hieren como un beso. Piensa en el más amado de sus seguidores. Ése, que de ahora en más dirigirá su causa, a pesar de desentenderse cada vez que lo increpan. Piensa en crímenes, en los cometidos, en los que quedan por cometer. No llora. Piensa. Por momentos se siente solo. Los revolucionarios casi siempre mueren solos. Piensa.
             Recuerda. Las palabras del interventor militar caminan por los recovecos de la oreja: "Sé que no eres culpable, pero los del antiguo orden desean que seas ejecutado. Tomarán todo el crédito político. No es asunto mío." Recuerda lo que ya sabe. Se da nuevos nombres, reo, ejecutado, mártir.
  El reo, el ejecutado, el mártir; se sabe poderoso. El reo, el ejecutado, el mártir, se sabe poderoso y a pesar de ello debe perder la vida. Sabe que debe morir para que la revolución continúe. Sabe que debe morir para lograr el éxito final de la causa. Tiene miedo, un miedo sagrado. Se cree solo ante la muerte, a pesar de saber que también la vencerá, que de su nombre surgirán emblemas y símbolos, pasiones y odios, muerte y vida. Conoce su misión que no es otra que cambiar la historia. Entiende que su existencia es la bisagra de la humanidad. No siente peso en la espalda, apenas una molestia, la de ser diferente, un gigante ante los humanos; la de no disfrutar de la absoluta normalidad que brinda el anonimato.
  Ve el futuro, o lo sueña. Un futuro repetido en otro futuro. Soldados lustrando fusiles. Sorteando a los dados las migajas. El pelotón recibiendo órdenes automáticas. Preparan, apuntan, disparan. Ve su cuerpo caído con los brazos extendidos al cielo, la sangre huyendo en diferentes direcciones, vaciándolo, llenándolo. Siente llagas donde no hay manos. No hay tiro de gracia. La gracia tan sólo es divina. Quiere llorar, no debe. Se sabe sacrificable. Lo sabe desde hace siglos. Su propia voluntad no vale, está al servicio de la causa, el venerable designio, y eso le duele.
  Los suyos reclamarán el cuerpo abatido. Un cuerpo muerto no es peligroso. Pero este cuerpo muerto no peligroso no será cualquier cuerpo muerto. A los pocos días lo sabrán, dos, quizás tres. La revolución será verdadera. El fuego de su muerte dolerá a los incrédulos, un dolor acarreado por algunas piezas de oro. Una victoria amarga, dolorosa, ahuecada.
  Mira otra vez el ojo de la pared expuesto al norte, cruzado por pestañas de hierro. Ya es noche. Escucha gargantas de mañana. Lo llaman el reo, el ejecutado, el mártir. Escucha más. Escucha que esos mismos que lo llaman reo, ejecutado, mártir; le han puesto otro nombre. El nuevo nombre que sostiene la revolución. Al tercer día lo llamarán el resucitado.

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